Unamuno quiere pasear
Muchos filósofos han interpretado al ser humano como un ser ansioso de inmortalidad. El ser humano no sólo nace, crece, se reproduce y muere. En medio de todo esto, aspira a quedarse, anhela perpetuarse en la vida. El ser humano se aferra a la vida y todo lo que le rodea, y se resiste a renunciar a la misma. Muchas son las formas de inmortalidad que buscamos: para unos, sencillamente, basta con tener hijos. Cuántos padres buscan en sus hijos una prolongación de su propia vida, y se ve cómo, bajo la excusa de buscar "lo mejor" para ellos, intentan que el niño se parezca a lo que ellos quieren que sea. La descendencia supera la muerte, es un modo de continuidad. Y lo mismo ocurre con la historia: cuántos hombres, un tanto megalómanos, intentan que su nombre se escriba en las páginas de su presente. Por eso hay personajes que se creen a sí mismos como elegidos, destinados a obra colosal que admiren todas las generaciones. Y ahí siguen vivos los nombres de Alejandro, Julio César o Napoléon, mientras sus cuerpos hace ya siglos que desaparecieron por completo.
Estas formas de "inmortalidad" no son, ni mucho menos, las únicas. El artista quiere vivir a través de sus obras, en las que deja impregnada una parte de sí, algo íntimo y personal que, en otro contexto, puede que no estuviera dispuesto a compartir. Algunos artistas se desnudan en su obra, y esperan que ésta les sobreviva, les haga inmortales. Una eternidad estética, literaria, musical o arquitectónica que alargará su influencia sobre este mundo mucho más allá que lo que pueda durar cualquier vida humana. Cervantes vive ya en el Quijote, y Shakespeare en Romeo, o en Otelo, de la misma forma que Velázquez nos mira inquietantemente desde su lienzo. Están también aquellos otros, los científicos, que transforman nuestra realidad de una vez por todas, y cuya huella permanece indeleble a través del tiempo: revolucionan la medicina, la física, las comunicaciones o el transporte, y con ello logran un pasaje directo a ese Olimpo de los dioses, que consiste en un eterno recuerdo, tanto en el mundo real (ahí quedan los inventos o las cosas construidas en función de su teoría) o en el mundo de la cultura, donde serán estudiados y reverenciados, con museos, fundaciones, conmemoraciones...
La lista de hombres que lograron esta inmortalidad no es corta. En esta, se debe incluir a Unamuno, como uno de los autores que experimentaron este ansia de inmortalidad de un modo trágico, angustioso. Precisamente porque no se conformaba con un parnaso literario, histórico o artístico. A Unamuno no le vale con una inmortalidad de libro, con la inmortalidad con la que la caprichosa historia obsequia a algunos muertos. La inmortalidad de las ideas, de los personajes, es una falacia, un engaño. Los libros son fríos, marmóreos, y el recuerdo es precisamente lo único que le queda a los muertos, sin importar que éste dure mucho o poco, que se conserve o no en un libro o en fotografía. Unamuno quiere vivir para siempre, disfrutar de las cosas que a cualquiera de nosotros nos hace sentirnos vivos: quiere reir, llorar, comer... Él, como el resto de fantasmas humanos que pasaron a engrosar la lista de "inmortales", quiere respirar. No se diferencia mucho de nosotros. Unamuno quiere vivir, sentir la vida golpeándose con su cuerpo. Unamuno quiere pasear.
Comentarios
Miguel, qué hermoso post. Sigue así, sigue así. Ciertamente, me ha gustado mucho.
un saludo
Yo no anehlo perpetuar mi vida o recuerdo indefinidamente. Creo que llega un momento en el que la muerte es la mejor de todas las opciones. Morir es algo bello.
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