Problemas de la ética consecuencialista
La ética consecuencialista está muy relacionada con el pensamiento económico. Hunde sus raíces filosóficas en el pragmatismo, en el utilitarismo y en el emotivismo moral de Hume. Es un tipo de pensamiento muy común y, aparentemente, evidente, intuitivo. Muy resumido, el principio consecuencialista fundamental sería: las acciones y los hechos morales deben juzgarse según sus consecuencias. Hay que valorar las cosas por sus consecuencias. Este criterio es aplicado, de un modo u otro, por muchas personas, pero hoy quiero traer a colación un tema que ha tenido cierto protagonismo estos días: ¿qué opina de la guerra un consecuencialista?
Y lo digo porque consecuencialista fue nuestra ministra de exteriores en funciones, cuando a los pocos días de comenzar la guerra, bajó el precio del petróleo (y, por tanto de la gasolina en España). Ni corta ni perezosa se atrevió a decir públicamente: "Ya se empiezan a notar los efectos positivos de la guerra". Pero no miremos sólo a la ministra. Consecuencialistas son todos los que han defendido la guerra (más de los que decían las estadísticas) porque había que alinearse con el país más poderoso, con la superpotencia, y por ello nos daría importantes ayudas, bien sea en la lucha contra el terrorismo, o en la pólítica internacional en nuestras relaciones con Marruecos, o bien porque se abrían grandes y nuevos mercados para todas las empresas de la República Española (así lo dijo el hermano de Bush). ¡Cuántos beneficios! ¡Qué buenas consecuencias! Sólo un mentecato estaría en contra de la guerra ante estos pingües beneficios.
A estas alturas, el buen lector estará pensando que el consecuencialismo es una teoría despreciable, pues cualquier cosa podría justificarse en función de las posibles ventajas que pueda reportar (por ejemplo, el gobierno de Hitler de los años 30 dotó a Alemania de importantes infraestructuras...). Así que, de repente, estamos todos en contra del consecuencialista, ese calculador sin corazón. Sin embargo, y aquí es donde quiero llegar, me da la sensación de que muchos miles de españoles han votado con un criterio consecuencialista. No nos engañemos. Sin la tragedia del 11M, probablemente gobernaria en coalición el partido popular. La guerra del año pasado no produjo el vuelco electoral esperado. "Es que la gente vota con el bolsillo", nos dijeron. En estas generales, muchos se habían olvidado ya de la guerra. Sólo su última consecuencia, la más terrible de todas, empujó a muchos a darse cuenta de sus peligros. Y es que, a lo mejor, todos llevamos dentro un pequeño consecuencialista...
Comentarios
Estoy de acuerdo contigo. Y también es cierto que las consecuencias nos importan más cuanto más de cerca nos tocan. Una guerra en un país lejano, por muy injusta que sea, por mucho que nos mueva a protestas, nos afecta mucho menos que el descenso de las cifras del paro, por poner un ejemplo. Pero sufrir la violencia en las mismas carnes, ahí mismo (creo que la mayoría pensamos que nos podría haber tocado a nosotros), nos trae esa guerra lejana a casa, nos la planta ante las narices y nos impulsa a actuar, de la forma que sea, donando sangre, asistiendo a manifestaciones o, como en este caso, votando para castigar a quien consideramos, en alguna medida, responsable del desastre.
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