Tan iguales y tan distintos
A menudo, nuestro conocimiento está llenas de tópicos, de lugares comunes que repetimos como cacatúas (los profesores los primeros), sin preguntarnos de verdad si aquello que estamos diciendo se corresponde o no con la realidad. Así se escribe la historia, y así se sigue escribiendo. Siempre me ha dado la sensación de que Platón, por ejemplo, nunca fue tan platónico como le presentamos en clase, ni tampoco Descartes tan "cartesiano". Los autores se esfuerzan en dejarnos una obra matizada, a veces contradictoria, y nosotros los encajamos (a veces contra su voluntad) en los esquemas que nos resultan más sencillos. Mientras, muchas investigaciones universitarias están centradas precisamente en destruir tópicos, en desbaratar ese orden armónico que aprendemos a lo largo de la escuela secundaria y el bachillerato. Cuando estudié filosofía, lo primero que tuve que hacer fue "desaprender" lo que había "aprendido" en el colegio. No es que fuera falso, ni mucho menos. Es que era insuficiente, como cualquier enseñanza que pretenda dar una visión general.
Y hoy quiero comentaros un par de tópicos que solemos manejar y que se escuchan a menudo en el mundo académico. Todos hemos conocido alguna vez a alguna persona entusiasmada, por poner un ejemplo, con el mundo griego. Para esta persona, los griegos lo sabían todo, y en su civilización está nuestro origen, nuestra historia, todo nuestro pensamiento. Nuestra vida, en el siglo XXI es a sus ojos un reflejo de lo que ya acontecía en la Grecia clásica. Nuestra guerras son las que ya retratara Homero, nuestras motivaciones para obrar son las que ya describiera Platón, nuestras organizaciones políticas difícilmente pueden escapar a la clasificación que en su día hiciera Aristóteles. ¡Ah, los clásicos...! En ellos podemos mirarnos para reconocernos, para encontrar en su vida las raíces y muchas explicaciones de la nuestra. Todo lo que somos y hacemos viene ya de los griegos, y es como si el tiempo se hubiera detenido para siempre...
Y ahí estamos nosotros, anclados en la historia, elevados al monte del progreso, precisamente porque descendemos de los filósofos, de los 7 sabios de Grecia y de Pericles. Nosotros, los occidentales, los atemporales. Y hay otros en el polo opuesto a los que acusamos de inmovilismo. Hay otras civilizaciones a las que acusamos de seguir ancladas en el pasado. De estar ahí, siempre iguales, idénticas a sí mismas, sin moverse ni un ápice de su sitio. Un ejemplo claro, que últimamente está en boca de todos: el islam. ¡Ay, estos pobres! Esta buena gente... Que mezcla la política y la religión, el derecho con el mandato divino... Y, por si esto fuera poco, siguen aplicando normas que estaban ya vigentes en el siglo X. ¡Qué atrasados! pensamos. Con lo que han cambiado las cosas desde entonces... A quién se le ocurre estar todavía en el siglo X... Y yo me pregunto: ¿somos nosotros verdaderamente griegos o romanos? En ese caso, nosotros estamos no en el X, sino en el V antes de Cristo, o en el II antes de Cristo... ¿Quién está tan "atrasado"? A ver si va a resultar que, al final, para unas cosas (como la sabiduría, y todo lo que "viste bien"...) aquí todos somos griegos, pero para otras cosas, somos todos muy "siglo XXI" y estamos en la cumbre del progreso. La pregunta de hoy tiene tela: ¿Qué somos en realidad? ¿Hemos progresado tanto como pretendemos? ¿Iguales o diferentes a los griegos? A veces llego a la conclusión de que nosotros representamos el progreso porque vivimos en el siglo V antes de Cristo, mientras los musulmanes son atrasados porque viven en el siglo X...
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