José de Acosta

 Nace en Medina del Campo en 1540. Sus padres eran cristianos nuevos, es decir, descendientes de judíos conversos, dato biográfico relevante, habida cuenta de la época.

            A los 12 años ingresa en el noviciado de Salamanca, de la Compañía de Jesús, haciendo los votos en su ciudad natal, donde permanecerá hasta 1557 fecha en la que inicia una serie de viajes por la Península que culminan en Segovia donde, con 19 años, funda el Colegio de los jesuitas.

            Ese año se traslada a Alcalá de Henares, donde además de las materias religiosa estudia Ciencias Naturales e Historia. En 1562 es ordenado sacerdote y hasta 1565 residirá en Roma. A su vuelta a España, enseñó Teología en el Colegio de los Jesuitas de Ocaña y, más tarde, hasta 1571, en el Colegio de Plasencia.

            Ese año se producirá el acontecimiento que marcará definitivamente la trayectoria personal y científica de Acosta, su destino a las misiones andinas en el Virreinato del Perú. Allí tiene la oportunidad de recorrer el interior del país lo que le permite recopilar gran cantidad de datos sobre la naturaleza y los pueblos indígenas, que luego serían utilizados en su obra científica.

            En 1574 su confianza en el proceso de evangelización llevado a cabo por los jesuitas entra en crisis al serle encargado por la Inquisición la dirección del auto de fe que llevó a la hoguera en Lima a fray Francisco de la Cruz y otros tres frailes dominicos y que reflejó años más tarde en su obra De procuranda Indorum Salute (1588).

En 1575, el Padre Acosta es nombrado Rector del Colegio de Lima y en 1576, Provincial del Perú, cargo que desempeñó hasta 1581, en que solicita su vuelta a España, lo que logrará en 1588, diecisiete años después de iniciada su labor misionera.

En 1590, apenas diez años antes de su muerte, verá la luz en Sevilla la que sería la obra más significativa e importante de Acosta, la Historia Natural y Moral de las Indias. Escrita más desde una postura racionalista que religiosa, en ella describe la fauna, flora y los pobladores del continente americano y se cuestiona acerca de su origen, justificándolo no mediante procesos creacionistas o místicos sino por puras migraciones a través de las comunicaciones terrestres entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

El problema teórico surge al intentar explicar la presencia de fauna y flora exclusivas de las Américas. Propone varias soluciones: una solución teológica, que implica una segunda creación divina, que no encuentra satisfactoria al cuestionar implícitamente el episodio del Diluvio y su significado regenerador de la vida en el planeta.

Dice Acosta en su segunda interpretación, la que más le satisfacía: "Se conservaron en el Arca de Noé", y "por instinto natural y Providencia del cielo, diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron no se conservaron...".

Como indica Leandro Sequeiros, a pesar de su base creacionista y de negar toda capacidad de evolución biológica, es “la primera formulación histórica de la teoría de la dispersión geográfica y la adaptación biológica de las especies a medios ambientes diversos. Con toda razón se considera a Acosta fundador de la Paleobiogeografía histórica”. El enunciado de este segundo mecanismo contempla una motivación intrínseca de los seres vivos hacia la adaptación al medio –“por instinto natural”- y adquiere el carácter de ley general biológica al generalizarlo a otras regiones del planeta: "y si bien se mira, esto no es un caso propio de Indias, sino general de otras regiones y provincias de Asia, Europa y África".

Pero es la tercera explicación la que, por su marcado sesgo evolucionista, le convierten en un precursor de esta teoría, 250 años antes que la formulara Darwin. En ella los animales americanos serían el resultado de la transformación de los europeos, siendo las diferencias entre ellos atribuibles a “cambios accidentales”, subyaciendo en esta expresión el mismo concepto de aleatoriedad e imprevisibilidad que se esconde tras la idea de mutación.



Enrique de Aguilera y Gamboa (Marqués de Cerralbo)

 Nació en Madrid el 8 de julio de 1845. Fue una figura de gran importancia en el estudio de la Historia y la Arqueología,

De formación humanística, estudio Filosofía y Letras y Derecho, mostrando gran interés desde joven por la Literatura, el Arte y la Historia. Como parte de su formación realizó numerosos viajes por Europa en la que conoció los restos arqueológicos clásicos y visitó los principales museos y galerías de arte.

Desempeñó altos cargos en el Partido Tradicionalista y ejerció una impresionante labor como mecenas de proyectos artísticos y excavaciones arqueológicas, en las que solía participar personalmente.

En 1885 financió la campaña de excavación de Vives para la Real Academia de la Historia en el yacimiento madrileño de Ciempozuelos. En 1903 conoce al arqueólogo Juan Cabré, iniciándose una amistad que fructificó en una colaboración estrecha materializada en diversas campañas de excavación.

En 1908 ingresó como miembro de la Real Academia de la Historia. A partir de entonces se dedicará de modo exclusivo a la Arqueología, especialmente en relación con las vías romanas en nuestro país, y subvencionando numerosas campañas de excavación de los restos celtibéricos del Alto Jalón (Soria, Guadalajara y Zaragoza).

En 1911 ganó el Premio Internacional Martorell con su obra en cinco tomos “Páginas de la Historia Patria por mis excavaciones arqueológicas”. Ese mismo año es nombrado presidente de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas de la recién creada Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades. (J.E.A.)

Fue autor de importantes publicaciones relativas a los poblamientos prehistóricos de la Península, como la dedicada al yacimiento de Torralba (“Torralba, la plus ancienne station humaine de l’Europe”, 1912); al arte paleolítico español (“Las primitivas pinturas rupestres”, 1909; “Singularidades del Arte Paleolítico español en pinturas y grabados rupestres”, 1915)  y a las necrópolis ibéricas (1912, 1915).

En 1913 es nombrado académico de número de la Real Academia Española y, en 1917, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Colaboró con diversos historiadores y paleontólogos españoles como al que propuso para desempeñar la Jefatura de Trabajos y la Dirección de Publicaciones de la J.E,A, y realizó numerosas donaciones de materiales a distintos museos, como el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Su última decisión como protector del patrimonio arqueológico, histórico y artístico español fue la creación del Museo Cerralbo, para lo cual donó al Estado un palacio situado en Madrid y las colecciones que contenía, quedando a su cargo su amigo Juan Cabré y abriéndose al público en 1924, dos años después de su muerte, el 27 de agosto de 1922.

Rafael Amar de la Torre

Ingeniero de Caminos nacido en 1802 en Barcelona. En 1822 obtiene el título de Ingeniero, en Madrid. Posteriormente ingresa en la Academia de Minas de Almadén y, posteriormente, a instancias de Fausto Elhúyar, en la Escuela de Minas de Freiberg junto a Ezquerra del Bayo. Ambos publicaran, en 1831, junto a Felipe Bauzá, la primera descripción geológica de Asturias.

            En 1835 es nombrado profesor de Mineralogía y Geognosia en la recién creada Escuela de Minas de Madrid, introduciendo en sus clases, a partir de su traducción por Ezquerra en 1847, los Elementos de Geología de Charles Lyell . La mayor parte de su tarea guarda relación con el mundo de la docencia, siendo el impulsor de nuevos contenidos y metodologías en la enseñanza de la Geología y la Paleontología, como la introducción en España de las prácticas de campo, desee 1838.

Se considera introductor de la Mineralogía moderna en España, al divulgar la clasificación de las formas cristalográficas en 7 sistemas creada por el geólogo alemán Möhs así como su tabla de durezas .

Otra aportación de la que se le reconoce la paternidad es la introducción en 1839 de la enseñanza de la Paleontología en España, aprovechando el impulso económico y minero existente en tiempos de Isabel II, que trajo consigo un gran desarrollo de las ciencias geológicas. Se convirtió así en el primer profesor de esta asignatura en nuestro país. Seis años más tarde, el 9 de noviembre de 1845, es reconocida de modo oficial creándose una Cátedra de Paleontología, que llegó a ocupar el propio Amar de la Torre. Fue el primero en mencionar la existencia de icnitas –huellas de dinosaurios- en España.

Encargado de las colecciones del museo Geominero, aborda en 1844 la tarea de constituir una colección de minerales de España, ordenada geográficamente, destinada a la enseñanza.

Fue miembro de la Academia de Ciencias de Madrid entre 1835 hasta su desaparición en 1840 y miembro fundador en 1849 de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Hasta 1849 compagina la docencia con sus tareas investigadoras y de gestión, inspeccionando diversas minas, pero en ese año se ve obligado a abandonar su faceta docente al ascender a Inspector General del Cuerpo de Ingenieros de Minas.

Fue miembro de la Comisión del Mapa Geológico de España, de la que formaba parte también Casiano de Prado, como encargado de la Sección Geológica-mineralógica, trabajando en el mapa de Madrid, y vocal de la Sociedad Geográfica y de la Junta General de Estadística.

Como Prado, defendió una visión catastrofista de la geología, asumiendo que las fuerzas que actuaron en el pasado eran diferentes y más violentas que las actuales,  correspondientes a una fase de juventud en la Tierra, produciendo grandes cataclismos que promovieron la sustitución de unas especies por otras, más adaptadas a las nuevas condiciones. Esta serie de extinciones y creaciones prosiguieron hasta el momento actual en el que, tras haberse ido debilitando las fuezas geológicas, la Tierra ha entrado en una fase de madurez y se ha llegado a un estado de equilibrio entre las fuerzas terrestres, lo que ha causado que el conjunto de seres vivos se mantenga estable, sin extinción o creación, mediante la reproducción.

            Su precaria salud, le obliga a jubilarse en 1873 y fallece en Madrid, el 30 de mayo 1874.

Ramón Bataller i Calatayud

             Nacido en 1890, en la Pobla del Duc. Fue discípulo de y  junto a él colaboró en diversos proyectos en los años 40 sobre la paleontología y geología del norte de África.

Comenzó su labor docente como profesor de Geología y Paleontología en el Seminario Conciliar de Barcelona, dirigiendo el Museo de Geognosia y Paleontología fundado por Jaume Almera, una prestigiosa e importante institución catalana. Más adelante fue profesor de la Escuela Superior de Agricultura.

Participó en la elaboración del Mapa Geológico de Cataluña entre otras muchas contribuciones científicas que hicieron de él un personaje relevante e influyente en la historia de la Geología y Paleontología española y, especialmente, de la catalana.

Personaje muy activo y comprometido con su labor científica y docente y con el conocimiento y divulgación de los valores patrimoniales catalanes, ingresó como socio de la Institución Catalana de Historia Natural y fue miembro del Instituto de Estudios Catalanas.

            Sus más importantes contribuciones las realizó en el marco de la Sociedad Catalana de Geografía de la que fue miembro fundador, llegando a ser presidente entre 1948 y 1954, una época de gran dificultad para el desarrollo de la cultura catalana debido a la situación política del momento, pese a lo cual consiguió celebrar unas emblemáticas e influentes sesiones científicas mensuales. Permaneció como tesorero de la Sociedad hasta poco antes de su muerte, en 1962, en la ciudad de Barcelona.

Salvador Calderón Arana

 Uno de los geólogos y mineralogistas más relevantes del siglo XIX.

Nació en Madrid el 22 de agosto de 1851, hijo de un abogado y periodista. A los 14 años perdió a su madre y su padre a los 23. Pese a cursar un bachillerato de Artes, realizó su licenciatura en Ciencias naturales, obteniendo en 1872 el grado de doctor y un año más tarde la cátedra de Historia Natural.

Fue un especialista altamente valorado en vulcanología que dedicó buena parte de sus primeros trabajos científicos al estudio de las rocas volcánicas de la isla de Gran Canaria. Con posterioridad abordaría otras líneas de trabajo, que dieron como resultado una extensísima producción literaria con más de 300 publicaciones, la mayoría de mineralogía, entre las que destaca su obra más valorada, “Los minerales de España”, publicada en 1910, y otras como“Elementos de Historia Natural”,"Guía del geólogo y mineralogista expedicionario en España",“Nuevos Elementos de Historia Natural”o "La evolución terrestre".

En 1875 fue desprovisto de su cátedra por el gobierno conservador, debido a sus tendencias liberales y expulsado de la Universidad junto a otros pensadores de la época, como Giner de los Ríos. Al no poder continuar sus investigaciones en las islas Canarias, regresa a Madrid. donde funda, junto a Giner de los Ríos, recién llegado de su exilio en Cádiz, la Institución Libre de Enseñanza que ejerció un papel esencial en el desarrollo de la ciencia española, siendo una puerta abierta a nuevas ideas que contó con la colaboración de figuras de relieve mundial, como Bertrand Russell, Charles Darwin, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, María Montessori, León Tolstoi, H. G. Wells, entre otros muchos.

En este período realizó un viaje de ampliación de estudios por Europa (Ginebra, Heidelberg, Munich y Viena), en el que conoció a los más prestigiosos mineralogistas del momento, para finalmente acabar instalándose en París donde, en 1880, le surge la oportunidad de conocer la geología centroamericana al ser contratado por cinco años como profesor de ciencias en el Instituto de Occidente, que Joseph Leonard iba a abrir en la ciudad de León (Nicaragua). El progresismo pedagógico del instituto resulta incompatible con la situación política interna de Nicaragua, generándose una serie de revueltas que hacen inviable el proyecto educativo, obligándole a regresar a España al año siguiente.

A su vuelta en Madrid se encuentra con el recién instaurado gobierno liberal de Sagasta que toma la decisión de reponer en sus cátedras a los profesores expulsados por el gobierno conservador anterior. De esta manera, Calderón es rehabilitado en su cátedra de instituto obteniendo plaza en 1882 en el Instituto de Segovia. Allí permaneció seis años, trasladándose al Instituto de Sevilla en 1887.

Al año siguiente ganó la cátedra de Mineralogía y Botánica de la Universidad Central puesto que desempeñó hasta el final de sus días.

Desempeñó un buen número de responsabilidades y cargos públicos. En 1905 fue nombrado presidente de la Real Sociedad Española de Historia Natural, puesto que compaginaba con su tarea docente y con el puesto de Jefe de la Sección de Mineralogía del Museo de Ciencias Naturales. Destaca también su participación en la elaboración del  Mapa Geológico Nacional, junto a Royo Gómez y Eduardo Hernández Pacheco.

Una de sus mayores aportaciones a la Ciencia Natural española se desarrolló en el terreno de la museística, siendo comisionado en 1883 por el gobierno español para conocer la organización de los museos de Historia Natural europeos. Esta información le permitieron modernizar el museo español. Asimismo contribuyó personalmente al incremento de las colecciones, tanto de minerales, como de fósiles y meteoritos.

 La muerte de Calderón en Madrid, el 3 de julio de 1911, debida a una perforación de estómago fue una tragedia de gran repercusión en la comunidad científica, que acudió en pleno a su entierro  en el cementerio civil de Madrid.



Los Hermanos Elhuyar de Lubice

 Importantes químicos metalúrgicos, geólogos e ingenieros de minas españoles.

Juan José Elhuyar nació en 1754 en Logroño, de padres vasco-franceses. Tras cursar estudios básicos en España, fue enviado a París por sus padres para completar su formación, estudiando como su hermano con Hilaire-Marin Rouelle en París. Fue discípulo de Werner en la Escuela de Freiberg y de  Bergman en Upsala.. En el año 1777 ingresó como socio de la Real Sociedad Vascongada francesa, lo que le permitió aprender las técnicas metalúrgicas. Junto con su hermano realizó una serie de experimentos en el Real Seminario de Vergara que culminaron en el descubrimiento y aislamiento del wolframio, en 1783. En 1784 marchó a Nueva Granada (Colombia) como técnico de minas y metalúrgico especializado en la extracción de metales. Allí se casó y desarrolló una importante tarea técnica y docente hasta que una prematura muerte (se cree que en Bogotá) en 1796, truncó una prometedora labor científica.

Fausto Elhuyar. Nació en 1757, también en Logroño. Su formación intelectual y científica corre paralela a la de su hermano, adquiriendo sus conocimientos metalúrgicos en diversos países (Sajonia, Hungría, Austria). Fue pensionado para estudiar en Freiberg, en la escuela minera de Abraham Teófilo Werner. Colaboró con su hermano Juan José en el descubrimiento del wolframio y con Chabaneau en el descubrimiento del platino. De 1783 a 1785 completó su formación en el Seminario de Vergara, realizando estudios de Mineralogía y Metalurgia, siendo después profesor de Mineralogía en la Real Sociedad Vascongada. Como su hermano se sintió atraído por el Nuevo Mundo, llegando, en 1786, a ser director de las Minas y Consejo Minero de Nueva España (México), creando en 1792 el Real Seminario de Minería, siguiendo el modelo de la Escuela de Freiberg. En las minas de plata de México pudo ensayar y  perfeccionar notablemente la técnica de amalgamamiento, de la que fue especialista. Tras la revolución de Riego de 1822, vuelve a España siendo destinado a la Dirección General de Minas, de la que fue varios años Director. En este período desarrolló una importante producción científica y promovió importantes actuaciones que darían un impulso importante a la minería y geología españolas, entre la que destacan la publicación de los primeros mapas geológicos, la instalación en Madrid de la Escuela de Minas o la creación, en 1845, de una Cátedra de Paleontología, cuyo primer ocupante fue Rafael Amar de la Torre  (1802-1874), el primer profesor de esta asignatura en España. Durante su mandato en la Dirección de Minas contactó con Wilhelm Schulz, requiriendo sus servicios para hacerse cargo del sector minero de Asturias y Galicia, ganando así para la Geología española una figura de gran prestigio y valía científica.

Murió en 1883.



Joaquín Ezquerra del Bayo

 Este eminente geólogo y paleontólogo nació en Ferrol, en 1793. A la muerte de su padre, en el transcurso de una batalla, entra como paje en la corte de Carlos IV, y tras los acontecimientos ligados a la abdicación del trono en su hijo Fernando VII y la ulterior Guerra de la Independencia frente al ejército de Napoleón, se exilia en 1810 a Francia al ser tachado de afrancesado. Allí desempeñó durante unos años el cargo de Secretario del rey francés.

En 1830, Fausto Elhuyar lo comisiona, junto a Rafael Amar de la Torre, para que ampliara estudios en la Escuela de Minas de Freiberg, donde pasó cinco años.

En 1847 fue miembro fundador de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Una de las aportaciones por la que es más recordado es la traducción en 1847 de los Elementos de Geología de de Lyell , un texto que revolucionó la Geología al proponer el actualismo  como teoría geológica general, frente al catastrofismo  imperante. Esta obra fue rápidamente introducida por Amar de la Torre, el primer profesor de Paleontología de España, como libro de texto en los estudios de esta materia. Ezquerra y Amar de la Torre se convertirán, al aplicar las idea de Lyell, en los más importantes representantes y defensores españoles del actualismo.

Ezquerra fue también un destacado paleontólogo. En 1837 da a conocer la existencia de fósiles de grandes mamíferos terciarios en el Cerro de San Isidro y en los cimientos del Puente de Toledo en su obra “Indicaciones Geognósticas sobre las formaciones terciarias del resto de España”, pese a que su descubrimiento se atribuye erróneamente a Casiano de Prado  en 1862. En 1840 descubre restos cuaternarios, también en el cerro de San Isidro. Entre 1850 y 1857 publica, en las memorias de la Academia de Ciencias, el primer catálogo de fósiles realizado en España, compuesto por más de cuatrocientas especies.

Murió en 1857.

Eduardo Hernández Pacheco

 Eduardo Hernández-Pacheco nació en Madrid en 1872. Aquí realizó sus estudios sobre Geología, doctorándose en 1896 con una tesis sobre la Sierra de Montánchez, dirigida por José Macpherson.

En 1899 obtuvo una cátedra de Instituto de Segunda Enseñanza en Córdoba. Allí realizó importantes estudios geológicos y paleontológicos de Sierra Morena y la cuenca del Guadalquivir, descubriendo el importante yacimiento de arqueociatos de Las Ermitas, cerca de la capital. Ese mismo año, con tan sólo 27 años, es nombrado miembro numerario de la Academia de Ciencias, Letras y Artes de Córdoba.

En 1907 la Real Sociedad Española de Historia Natural, institución a la que siempre estuvo muy ligado, le designó para acompañar a Salvador Calderón  en una expedición a las Islas Canarias orientales, llevando a cabo sus estudios de la vulcanología y paleontología de Lanzarote.

En 1910 ganó la cátedra de Geología de la Universidad de Madrid, puesto que llevaba aparejado el de Jefe de Sección de Geología y Paleontología estratigráfica del Museo de Ciencias Naturales. Así comenzaría su vinculación con esta institución que le llevaría años más tarde a hacerse cargo del Museo, cargo que no abandonaría hasta su jubilación. También ese año de 1910 es pensionado, por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (J.A.E.), para realizar estudios en el extranjero (Francia, Bélgica, Suiza e Italia).

Cuando la J.A.E. creó en 1913, a instancias de Hernández Pacheco la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, estableció su sede en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y encargó a Eduardo Hernández-Pacheco la Jefatura de Trabajos y la Dirección de Publicaciones haciéndose cargo de su Dirección, sustituyendo a Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo tras su muerte en 1922.

Hernández Pacheco creó una auténtica escuela de geólogos en el Museo de Ciencias Naturales. Entre sus discípulos destacan José Royo Gómez (1895-1961), especialista en faunas continentales de las Eras Secundaria y Terciaria, su hijo Francisco Hernández Pacheco de la Cuesta (1899-1976), Federico Gómez Llueca (1889-1960), Vicente Sos (1895-1992) y José Ramón Bataller  (1890-1962), que realizó importantes investigaciones paleontológicas en Cataluña.

Eduardo Hernández Pacheco publicó importantes trabajos sobre la Geología de España y del África española y sobre Prehistoria y Paleontología. Sus primeras publicaciones paleontológicas se centran en el estudio de la fauna invertebrada paleozoica. Sin embargo, su aportación más importante y a la que dedicó la mayor parte de su actividad paleontológica (entre 1914 y 1930) fue el estudio de la fauna de vertebrados del Terciario y Cuaternario, en especial, de mamíferos, en ambas mesetas y, con especial intensidad, en el área de Palencia. Publica así, “Los vertebrados terrestres del mioceno de la Península Ibérica” (1914), “Geología y Paleontología del Mioceno de Palencia” (1915). También llevó a cabo importantes trabajos, junto a José Royo y Gómez, sobre las grandes tortugas terrestres encontradas en Madrid (Cerro de los Ángeles, Cerro de los Mártires) y otras provincias castellanas, definiendo en 1917 el género Testudo bolivari (denominado más adelante, Cheirogaster bolivari) También son importantes sus estudios del célebre yacimiento de Concud en Teruel.

Fue vocal de la Comisión organizadora del XIV Congreso Geológico Internacional, celebrado en Madrid en 1926, aportando además un libro de síntesis sobre Sierra Morena y la llanura del Guadalquivir, dos guías de excursiones y dirigiendo una de ellas a Sierra Morena.

A partir de 1930 su interés científico vira hacia el estudio de la prehistoria del norte de España y de la geología española. Cuando en 1934 es nombrado Jefe de la Expedición a Ifni, Hernández Pacheco inicia un nuevo período de su vida científica marcado por una vinculación especial con el África española que le llevó a realizar diversos viajes y estudios en los años 40 sobre la paleontología y geología del norte de África, tarea en la contó con la colaboración de José Ramón Bataller, del Museo del Seminario de Barcelona, y de su hijo Francisco, con el que en 1941 realizó una nueva expedición para estudiar el desierto del Sáhara.

En 1938 fue nombrado Académico del Instituto de España y en 1952, Doctor honoris causa por la Universidad de Toulouse (Francia).

Murió en 1965, a los 93 años, en Alcuescar (Cáceres) a donde se había retirado pocos años antes

José MacPherson y Hemas

           Geólogo andaluz, nacido en Cádiz, el 15 de junio de 1839, de padre escocés y madre gaditana.

Dedicó su importante fortuna personal a la introducción de las más modernas técnicas de estudio mineralógico, de las nuevas ideas sobre Tectónica y a la difusión del patrimonio geológico de Cádiz.

Nunca obtuvo una titulación superior en Geología, aunque estudió Mineralogía y Geología en París y Londres, pero gozó de tal prestigio internacional que llegó a ser miembro de la Sociedad Geológica de Francia, de la Sociedad Española de Historia Natural y de la Sociedad Geográfica de Madrid, entre otras instituciones científicas.

Colaboró con el catedrático sevillano Antonio Machado y Núñez en la organización de la sección geológica del Museo universitario de Historia Natural y en 1870 publicó su primera obra científica, "Método para determinar minerales. Buen conocedor de la Serranía de Ronda, a través de sus numerosos paseos por ella, realizó una serie de interesantes publicaciones de carácter científico sobre sus características geológicas , entre las que destacan el "Bosquejo Geológico de la provincia de Cádiz".(1873) y un estudio ya clásico titulado “Memoria sobre la Estructura de la Serranía de Ronda" (1874) en el que, por primera vez, se propone una explicación científica de la formación del Tajo de Ronda.

En abril de 1875 conoce a Francisco Giner de los Ríos durante el destierro de éste en Cádiz y, como otros científicos, quedó fascinado por su personalidad y sus ideas. Cuando Giner de los Ríos vuelve a Madrid, MacPherson marcha con él a colaborar con la ILE, tanto económicamente mediante donaciones, como participando en la formación geológica de sus alumnos.

Fue una persona de clara vocación docente y su casa-laboratorio, situada en el Paseo de la Castellana de Madrid, cerca del Palacio de la Industria y de las Artes, futuro Museo de Ciencias Naturales, se hizo famosa como un foro abierto de reunión y discusión sobre geología, dotado de enormes fondos bibliográficos y cartográficos, además de un importante instrumental geológico, una consecuencia de la colaboración de MacPherson con la Institución Libre de Enseñanza.

De este modo, contribuyó a formar y a consolidar la formación un grupo de investigadores que, posteriormente, tendrían importantes responsabilidades en la ciencia española. Entre ellos destacó Francisco Quiroga y Rodríguez., el primer catedrático de catedrático de Cristalografía de Europa, al crearse esta cátedra en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Madrid.

De todo este equipo y material científico sólo se conserva, en el Laboratorio de Geología de la Fundación Giner de los Ríos, en Madrid, un microscopio. El resto fue destruido durante la Guerra Civil española.

Junto a su hermano Guillermo y a Machado fue un activo defensor de las ideas de Darwin y Haeckel.

Murió en 1902, en San Ildefonso de La Granja. En el XI Congreso Hispano-Luso de la Asociación para el Progreso de Las Ciencias, desarrollado en Cádiz en 1927 se le rindió un homenaje, colocándose una lápida en su casa natal (ya desaparecida) y un busto que aún se conserva en unos jardines cercanos.

Lucas Mallada y Puello

 Importante paleontólogo, considerado el "padre" de la paleontología española.

Lucas Mallada nació en Huesca el 18 de octubre de 1841. Cuando tenía 18 años su familia se traslada a Madrid, donde su padre ejercerá de maestro y acabará siendo Director de la Escuela Normal de Magisterio.

En Madrid Inicia sus estudios de Ingeniería de Minas, que culmina en 1865. El título de Ingeniero llevaba aparejada su conversión en funcionario del Estado, siendo destinado por la Dirección General de Minas al distrito minero de Asturias, encargándose de una cátedra en la Escuela de Capataces de Minas de Sama de Langreo.

En l870, a los 29 años, se traslada a Madrid para formar parte de la segunda etapa (1870-1910) de la Comisión del Mapa Geológico de España iniciado por Ezquerra del Bayo  en 1850, continuando en esta tarea hasta su jubilación, en 1911.

Con el apoyo del director de la Comisión, el ingeniero de Minas Manuel Fernández de Castro, elabora entre 1875 y 1890 los mapas geológicos provinciales y las correspondientes memorias de Cáceres, Huesca, Córdoba, Navarra, Jaén y Tarragona, un tiempo récord, habida cuenta de la gran convulsión social de la época, en plenas guerras carlistas, y el retraso económico de la España rural, lo que dificultaba enormemente la tarea. Estas memorias se editan entre 1875 y 1911 como Explicación del Mapa Geológico de España, que constituirían el germen del Mapa Geológico Nacional de España a escala 1:400.000, publicado por Fernández de Castro en 1889.

Durante su intensa y extensa labor de campo, Mallada descubrió el escaso conocimiento paleontológico de los geólogos e ingenieros de Minas, pese a la importancia que el uso de los fósiles tenía para la datación de los terrenos. Hay que tener en cuenta que la primera cátedra de Paleontología no se creará hasta el 9 de noviembre de 1845, siendo su primer ocupante Rafael Amar de la Torre. Preocupado por esta situación desarrolla entre 1875 y 1891 la recopilación de datos sobre los fósiles españoles que daría lugar en 1878 a la Sinopsis de las especies fósiles que se han encontrado en España, publicada inicialmente por partes y finalmente reunida y ampliada en una magna obra: el Catálogo General de las especies Fósiles encontradas en España, publicado en 1892, en la que se describen exhaustivamente más de 4000 fósiles españoles con indicación de los yacimientos y los datos relativos a su descubrimiento, acompañado de numerosas láminas descriptivas.

En 1879 se incorpora a la Cátedra de Paleontología de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas de Madrid, desempeñando su labor al frente de la misma hasta 1892.

Además de su producción científica desarrolló una importante e influyente labor social al reflejar en numerosos artículos periodísticos su visión de los graves problemas y desequilibrios de la sociedad española, recopilados en el libro Los Males de la Patria publicado en 1890, y en sus Cartas Aragonesas dedicadas al Rey don Alfonso XIII y publicadas en 1905. En ellas desarrolla una visión pesimista de España que le sitúa claramente en el marco de la llamada “Generación del 98”.

En 1897 ingresa en la Real Academia de la Ciencias, ocupando la vacante existente tras la muerte de la persona que había impulsado su carrera científica, Manuel Fernández de Castro.

Según sus biógrafos, sus últimos años de su vida los pasó en la Escuela de Minas, sumergido en la desesperanza, la soledad y enfrentado a un deterioro físico, hasta su muerte el 6 de febrero de 1921.

Bermudo Meléndez Meléndez

Eminente paleontólogo y patriarca de una dinastía de ilustres geólogos. Nació el 21 de enero de 1912 en Palencia. Se trasladó a Madrid para realizar sus estudios de Ciencias Naturales en la entonces llamada Universidad Central. La guerra civil puso un paréntesis a su formación, tras el cual realizó su tesis doctoral bajo la dirección del profesor Eduardo Hernández Pacheco sobre “Los terrenos cámbricos de la Península Hespérica”, por la que obtuvo Premio Extraordinario en 1942.

A instancias de Hernández Pacheco se especializó en Paleontología realizando sus primeras investigaciones sobre las faunas cámbricas de Sierra Morena y Cordillera Ibérica. De hecho, su tarea científica estuvo centrada en el estudio de las faunas paleozoicas, y en particular de los equinodermos del Paleozoico inferior, publicando numerosos artículos al respecto. Sin embargo, sus intereses sobrepasaron con mucho esta limitación cronológica, extendiendo su investigación a otros muchos períodos de la escala geológica.

Obtuvo la Cátedra de Geología General de la Universidad de Granada en 1944 que ostentó durante 5 años hasta que en 1949 consiguió la cátedra de Paleontología y Geología Histórica de Madrid, en la que permanecería hasta su jubilación en 1982, siendo así, el referente científico de numerosas generaciones –hasta 33 promociones pasaron por su aula- de paleontólogos y geólogos.

Fue autor de una prolífica producción escrita, entre las que destacan importantes obras de carácter didáctico y libros de texto de gran difusión entre los estudiantes de Paleontología y Geología y que revisaba hasta la saciedad: Tratado de Paleontología (1947), Manual de Paleontología (1955) y, sobre todo, Paleontología, obra en tres volúmenes (1970, 1979, 1995) cuya última edición, revisada y actualizada, apareció en 1998 bajo el nombre de Tratado de Paleontología, poco antes de su muerte. Junto al catedrático de Petrología José Mª Fúster, editó en 1966 un famoso texto de Geología, que ha conocido 8 ediciones hasta la fecha, y otras obras menores de gran intención y calado didáctico (v.g. los Modelos cristalográficos recortables, con hasta 20 ediciones). También participó en la elaboración del Diccionario Labor de Geología (1957), una obra de 1685 páginas, de la que llegó a ser su director.

En 1959, la Comisión Nacional de Geología le encargó la redacción de un Vocabulario de términos paleontológicos, y participó en las ediciones de 1983 y 1996 del Vocabulario Científico y Técnico, editado por Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Tradujo al español numerosas obras de Geología, destacando las de los libros que sobre evolución escribió el paleontólogo italiano Piero Leonardi.

Sin duda, sus libros y ensayos sobre la evolución ocupan un lugar destacado en su producción escrita, publicando hasta 35 obras al respecto (entre libros, ensayos, artículos, conferencias,...). A lo largo del tiempo fue adaptando una visión finalista de la evolución orgánica a los nuevos postulados impuestos por el neodarwinismo y el puntualismo, sin que llegara nunca a renunciar totalmente a esa causalidad final.

Sus amigos le definían como “un hombre sencillo, de convicciones firmes y de talante pacífico” dedicado a su trabajo y familia. Su prestigio científico le hizo merecedor de diversos nombramientos, siendo Consejero de número del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, miembro de la Comisión Nacional de Geología, Académico de la Real de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y Miembro honorario de la Sociedad Española de Paleontología. Además, fue miembro de diversas Academias científicas (Roma, Tucumán y Córdoba de Argentina) y la fue investido Doctor honoris causa por la Universidad de Alcalá de Henares.

Murió el 29 de enero de 1999 de una afección cardiovascular, pocos días después de haber cumplido los 87 años.

Casiano de Prado y Vallo

 Ingeniero de Minas nacido en Santiago de Compostela el 13 de agosto de 1797 y muerto en 1866. Fue un pionero de la Arqueología prehistórica y un claro precursor de la Geología moderna española.

Hijo y sobrino de artistas, su padre y su tío fueron escultores y dibujantes, Casiano no heredó esta vocación sino que se inclinó por las ciencias, estudiando matemáticas y ciencias naturales en la Universidad de Santiago. Fue una persona comprometida con sus ideas políticas liberales, lo que marcó toda su vida. Así, el inquisidor Maceda le acusó en 1817 de la lectura de “textos prohibidos”, por lo que el joven Casiano, con tan sólo 20 años, pasó 15 meses en la cárcel, interrumpiendo así sus estudios y quedando definitivamente establecido un permanente sesgo político en su actividad personal. Así, en 1821, radicalizado en sus ideas políticas ante la represión fernandina, se alista en la Milicia Nacional, alcanzando el grado de subteniente e interviniendo en varias revueltas lo que le llevó a ocultarse, primero, y, posteriormente, a emigrar a Madrid, con idea de estudiar arquitectura.

De nuevo su vocación y la influencia de su amigo y mineralogista José María de Parga, le llevan en 1828 a retomar sus estudios naturalistas, estudiando Químicas durante un año y comenzando en 1929 sus estudios de Minas.

En 1834, es nombrado Ingeniero de Minas de tercera clase y bibliotecario de la Dirección de Minas, iniciando su vida profesional ya que, en el siglo XIX, los Ingenieros de Minas pasaban a ser automáticamente funcionarios del Estado

Durante 5 años, entre 1835 y 1840, ejerce como Inspector de Minas de Aragón y Cataluña, compaginando su labor profesional con la publicación de artículos de fondo político en el periódico El Terraconense, del que fue editor en los años 1837 y 38. Son precisamente sus ideas políticas la que llevan a que sea retirado de su puesto en 1840 y, un año después, coincidiendo con la regencia de Espartero, fuera rehabilitado y nombrado Superintendente Director de las Minas de Almadén e Inspector de Minas de la Mancha.

En 1835 publica su primera obra sobre Geología, un breve ensayo titulado Vindicación de la Geología en el que reivindica esta rama del saber, muy desprestigiada al ser tachada de ciencia antirreligiosa, en un momento de conflictividad social y profunda represión ideológica.

En estos momentos una nueva ciencia se va abriendo camino en toda Europa, especialmente a partir de los trabajos de de Georges Cuvier  (1769- 1832) basados en la anatomía comparada de las formas fósiles con las vivientes, y considerado fundador de la Paleontología.

En 1843 vuelve a caer en desgracia, abriéndosele varios expedientes y sufriendo una serie incesante de traslados y cambios de puestos trabajo, hasta que en 1844 renuncia a su empleo.

En 1848 reingresa en el Cuerpo de Minas y es nombrado Director de las Minas de Río Tinto, cargo en el que permanece tan sólo un año, siendo de nuevo destituido por discrepancias con su gestión.

En 1849 es nombrado miembro de la Comisión del Mapa Geológico de España, jefe de la Sección de Geología y Paleontología, junto a prestigiosos científicos, como su director, Mariano de la Paz Graells (1809-1898), jefe de la Sección Zoológica de la Comisión y catedrático de Zoología del Museo de Ciencias Naturales. En esta tarea en la que adquirió un creciente prestigio como geólogo, tanto a nivel internacional como nacional, siendo nombrado en 1852 miembro de la Sociedad Meteorológica de Francia y merecedor de varias distinciones honoríficas.

El primer trabajo que se le encarga en la Comisión es el estudio geológico de la provincia de Madrid. Durante estas investigaciones descubre en 1850 los restos de un Elephas cerca de la Ermita de San Isidro, sacando a la luz uno de los yacimientos más emblemáticos de Madrid que, sin embargo, ya había sido descubierto y visitado por diversos investigadores anteriores, en especial, Ezquerra del Bayo que fue quién dio a conocer por primera vez la existencia de restos fósiles terciarios y cuaternarios en dicho lugar. No será hasta 8 años más tarde que publique este hallazgo. En 1897 Graells acusó en una de sus obras a Casiano de Prado de mentir al atribuirse tal descubrimiento pues según Graells, “el Sr. Prado no asistió a la exhumación elefantina referida, no pudo ver in loco lo que refiere, y únicamente aprovechó las noticias anteriormente publicadas y lo que pudo examinar en los ejemplares conservados” en los sótanos de la Escuela de Minas, lugar donde “vio por primera vez” los citados huesos de elefantes.

Durante su labor en la Comisión se contrataron además asesores extranjeros, sobre todo franceses, para levantar el mapa geológico de España.

En los años 1851 y 1852, Casiano de Prado es comisionado para  un viaje a París y Londres, para la compra de instrumental ferroviario. Allí entabló amistad con el entonces célebre Prunner Bey  que le introduce en las investigaciones prehistóricas.

Ya en España, inicia de modo pionero este campo de la investigación, explorando las cuevas de Colle( León), de Mudá( Palencia) y de Pedraza de la Sierra( Segovia).

En 1856 el decisivo hallazgo de restos humanos conocido como Hombre de Neandertal realizado por Carl Fuhlrott y Hermann Schaaffhausen, en la Cueva Feldhofer ( Valle de Neander, Dusseldorf) unido a otros descubrimientos de restos humanos junto a otros de animales prehistóricos, confirman la gran antigüedad del hombre como especie, hallazgos que se consolidarán con la publicación en 1863 de la obra de de Charles Lyell  Evidencias geológicas de la antigüedad del hombre”, contraviniendo desde la evidencia científica la arraigada idea religiosa de que nuestra especie era de creación muy reciente.

En 1862, acompañado de su amigo M. de Verneuil y del naturalista M. Luis Lartet, revisita el yacimiento del cerro de San Isidro, en busca de restos de actividad lítica humana, encontrando una pieza de sílex, que realza la significación de este yacimiento al representar los primeros vestigios de industria lítica madrileños, induciendo a la búsqueda de yacimientos similares en la Comunidad de Madrid.

Mil ochocientos sesenta y cuatro será el año en el que vea la luz su emblemática obra Descripción física y geológica de Madrid, tal vez la primera memoria geológica moderna. Representa el primer registro de un hallazgo del paleolítico peninsular.

Fue firme partidario del “catastrofismo”, doctrina científica que afirmaba que, en el pasado, la Tierra había estado afectada por violentos cataclismos, de corta duración, que habían causado la extinción de los organismos existentes hasta ese momento y su sustitución por especies más evolucionadas y complejas. Las señales de estas grandes catástrofes, registradas en los estratos y en el registro fósil, no podrían ser explicadas acudiendo a los fenómenos geológicos actualmente observables, mucho más moderados, razón por la cual se oponía al “uniformismo”, representado por de Hutton  que preconizaba que los cambios ocurridos en el pasado fueron ocasionados por causas de igual naturaleza e intensidad que las que actúan en el presente, sin períodos catastróficos.

En el caso de Prado, su visión catastrófica le hacía un defensor de las tesis diluvistas, pudiéndose, según él, “ver por todas partes indicios de sus estragos", si bien no consideraba que sólo hubiera habido un único episodio destructor sino una sucesión de ellos, tras los cuales habían surgido nuevas especies de organismos distintos a los anteriores y con una distribución geográfica diferente. Ello explicaría la presencia de fósiles de organismos hoy tropicales en estratos situados en latitudes circumpolares y la aparente ausencia de creación de nuevas especies en la actualidad, al haber cesado las fuerzas catastrófistas que promovían esa evolución.

Progresivamente fue modificando su visión de la evolución hasta posiciones más gradualistas y en su Descripción física y geológica de Madrid de 1864, admite la existencia de una ley biológica de naturaleza desconocida, responsable de los cambios pasados y que actuaría también en los tiempos presentes.

En 1865 su labor científica es reconocida en nuestro país, obteniendo la distinción de Caballero Gran Cruz de Isabel la Católica e ingresando, en abril del año siguiente, como académico numerario en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en el que defendió la tesis de un clima más cálido en tiempos pasados y su influencia en la evolución de los seres vivos.

Tres meses después, el 4 de julio de 1866, Casiano de Prado moría en Madrid, víctima de una infección cancerosa.

 

José Torrubia

 Apuntes biográficos

 José Torrubia nació en Granada en 1698. En 1713 entra en la Orden de los Franciscanos, siendo enviado en 1720 como Procurador de la Orden a Filipinas, permaneciendo allí durante 13 años, desempeñando diversos cargos y funciones: dirigiendo el convento de Polo, siendo evaluador de libros para el Santo Oficio de la Inquisición y llegando a ser Secretario General de las Provincias Franciscanas en Filipinas. Esta etapa, en la que realizó numerosos viajes por el archipiélago resultaría esencial para la documentación de su importante producción bibliográfica.

            En 1733 se le ordena volver a España. Tras un viaje que se prolongó a lo largo de dos años, debido a los temporales que le hicieron naufragar en México y que le obligaron a permanecer un tiempo en esas tierras y, posteriormente, en Cuba, llega por fin, en 1735, a Cádiz

            Los estudiosos de su figura le describen como un hombre inquieto, lleno de energía, de gran astucia, buen observador, dotado de una pluma precisa e incisiva, apasionado e incluso rebelde. Sea como fuere, en el período de 10 años que estuvo en España tuvo varios conflictos, llegando a ser sospechoso de malversación de fondos de la Orden, que usó al parecer para publicar sus propios libros y como dote de matrimonio de sus hermanas.

En 1745 es enviado de nuevo de misiones, en esta ocasión a México, a la provincia de Santo Evangelio, donde conoció y entabló amistad con el historiador José Antonio Villaseñor. Además de México, este viajero incansable recorrió Guatemala y Honduras. En 1748 tuvo otra vez problemas con la Orden. Acusado por sus detractores de nuevas malversaciones de fondos y abandono de sus obligaciones, fue conminado a dirigirse a Filipinas para responder de ellas frente a un tribunal. En su lugar se embarcó con destino a España para aclarar directamente la situación, pero fue detenido en La Habana y encarcelado en la fortaleza del Morro acusado de delito de desobediencia.

En 1749 regresa a España, pero en esta ocasión prosigue su viaje por distintos países de Europa (Italia, Francia,...), a lo largo de los cuales conoce e intercambia información con importantes naturalistas de la época, conociendo algunos de los mejores Museos europeos de Ciencias Naturales.

En 1752 es nombrado Jefe de los Archivos y Cronista General de la Orden Franciscana, lo que le obliga a volver de nuevo a España. De vuelta a España se produce el famoso episodio que marcaría definitivamente su vocación científica, convirtiéndole en uno de los primeros paleontólogos españoles, y daría origen, en 1754, a su emblemática obra “Aparato para la Historia Natural Española”. Como él mismo narra en el “Aparato...”, cuando se desplazaba en mula hacia Madrid desde Francia, paró a almorzar en la villa de Anchuela, en el señorío de Molina de Aragón. Allí, una niña le mostró unas "petrificaciones" que le llamaron extraordinariamente la atención, recogiendo gran cantidad de material de la Sierra cercana. El estudio de estas muestras le incitan a desarrollar con coherencia la hipótesis diluvista para explicar el registro fósil –que él llamaba "piedras figuradas"- en localidades que, como Molina, se encuentran alejadas del mar.

Esta nueva estancia en España le sirve para completar sus colecciones de fósiles y rocas que servirían de base para sus escritos científicos. En este período escribirá también el volumen 9º y 10º de las Crónicas Generales de la Orden, en el que relata minuciosamente la situación de las misiones del Lejano Oriente y del Nuevo Mundo.

En 1756 vuelve a Roma como Comisario General de la Orden Franciscana en la Santa Sede, donde publica aún algunos trabajos científicos, entre los que destaca una de sus más importantes e influyentes obras no científicas, escrita en italiano, I Moscoviti nella California (Los rusos en California) (1759). En ella desarrolla la teoría de que América había sido colonizada por pueblos siberianos que llegaron a través de Alaska. Esta obra tuvo un gran impacto en la política exterior española de la época al describir la exploración y colonización rusa de la costa Pacífica de Norteamérica como una seria amenaza para los intereses españoles, pese a que quiénes realmente estaban extendiéndose por el nuevo territorio eran los ingleses.

Su última obra, La Gigantologia Spagnola vendicata, fue publicada en Nápoles en 1760.

Un año después, el 17 de abril de 1761, Torrubia muere en Roma, a los 63 años de edad.

 

 El Aparato para la Historia Natural Española

 Esta obra está considerada como el primer tratado español de Paleontología. En él se describen, a lo largo de los 35 volúmenes organizados en tres partes, a través de maravillosas ilustraciones y detalladas descripciones, los diversos fósiles, principalmente marinos, y otros objetos minerales curiosos encontrados por Torrubia a lo largo de sus viajes, tanto en España como en Filipinas y Américo. También desarrolla en sus páginas la naturaleza y origen diluvista de estos fósiles.

Torrubia interpreta las petrificaciones (fósiles) como de origen orgánico, correspondientes a restos de los seres vivos extinguidos por el Diluvio. En sus capítulo X defiende también la existencia prediluviana de seres humanos gigantes, basándose en los hallazgos de huesos de gran tamaño por los navegantes del Nuevo Mundo, las leyendas de los indígenas y los testimonios de numerosos colonizadores europeos y cronistas de las Indias, como Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), Pedro Cieza de León (1518-1560) o Francisco López de Gomara (1510-1560) acerca de la existencia de seres gigantes en las tierras patagonas junto al estrecho de Magallanes, que comunica el océano Atlántico y el Pacífico. Este capítulo, uno de los más difundidos, desencadenó una gran polémica en los círculos científicos europeos siendo muy contestado. Torrubia retoma el tema y afronta las críticas en su Gigantología, publicada un año antes de su muerte.

En el “Aparato” realiza también una exposición y defensa del método científico basado en la observación y la experimentación, y hace una revisión del conocimiento geológico de su época.

Fue una obra que gozó de gran difusión en Europa durante el siglo XVIII siendo traducida y referenciada en varios idiomas (alemán, francés, inglés).



Guillermo Schulz y Schweizer

Wilhelm –Guillermo- Schulz nació el el 30 de junio de 1800 en el establecimiento minero alemán de Habichtswalder, cerca de Hessen Cassel, que dirigía su padre.

Estudió Ingeniería de Minas en la Universidad de Gottinga. Una empresa minera angloespañola le contrató en 1826 para dirigir unas prospecciones mineras en la cordillera Bética, en las Alpujarras granadinas, tarea a la que dedicó cuatro años de intensos trabajos, tras lo cual volvió a Alemania. No sería por mucho tiempo, ya que la eficacia demostrada en las Alpujarras llamó la atención de Fausto de Elhuyar, entonces Director General de Minas, lo que motivó su segundo viaje a España, al ser llamado por éste, para hacerse cargo del puesto de Comisario de Minas. Previamente tuvo que ampliar durante un año sus estudios en varios establecimientos mineros centroeuropeos (Alemania, Bohemia, Austria, Prusia, Baviera, Francia y Bélgica), subvencionado por el gobierno español, tras lo cual regresó a España en 1831.

Su primer destino fue Galicia, donde realizó un excelente trabajo, presentando en 1834 una de las primeras monografías sobre la geología regional española.

Cuando en 1833 se creó el Cuerpo de Minas, fue nombrado Inspector de Distrito de Segunda Clase, a cargo del distrito minero de Galicia y Asturias.

En 1835 trabajó junto con Gómez-Pardo y Ezquerra del Bayo en la organización de la Escuela de Minas de Madrid, creada el 13 de abril de ese año, y en la reforma de la Escuela práctica de Almadén.

En los años siguientes fue ascendiendo por antigüedad hasta ser nombrado Inspector General Primero en 1853. Fue nombrado Presidente de la Junta Superior Facultativa de Minería. Desde esta institución fundó la Escuela de Capataces de Minas de Mieres, elaborando sus reglamentos y programas docentes, para acabar siendo nombrado su Director.

Entre 1854 y 1857, fue nombrado director de la Escuela Especial de Ingenieros de Minas y desde 1857, presidente de la Comisión del Mapa Geológico de España, una tarea de gran importancia que indica hasta qué punto gozó de la confianza de las autoridades, pese a ser extranjero. Ese año fue nombrado también vocal del Consejo de Instrucción Pública y a lo largo de su vida formó parte de numerosas comisiones como la de la Ley de Aguas. De gran prestigio internacional, fue miembro de la Sociedad Geológica de Francia y de la Sociedad Geográfica de Berlín.

Sus obras más importantes son la Descripción Geognósica del Reino de Galicia (1835), la descripción geológica más antigua de una región española; el Mapa topográfico de la provincia de Oviedo (1855) y la Descripción geológica de la provincia de Oviedo (1858). La elaboración del mapa topográfico fue una tarea ardua a la que dedicó varios años, logrando un mapa a gran escala de gran precisión. Cuentan que Iba al campo sólo, recorriendo los abruptos relieves asturianos con la única ayuda de una brújula. Su entrega a la geología asturiana culminó al confeccionar un mapa geológico regional, una de sus mayores aportaciones a la descripción geológica de esta región española.

Se jubiló en 1868, retirándose a Aranjuez aquejado de diversas dolencias y entregado a sus estudios, donde murió el 1 de agosto de 1877.



Juan Vilanova i Piera

Naturalista, paleontólogo y prehistoriador, constituye una de las figuras más relevantes de la geología y paleontología de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente por sus investigaciones sobre el período Cuaternario.

Nació en Valencia en 1821, ciudad donde obtendría su licenciatura en Ciencias. Marchó a Madrid, donde comenzó a trabajar como ayudante de zoología en el Museo de Ciencias Naturales, a las órdenes del catedrático de Zoología del Museo, Mariano de la Paz Graells (1809-1898).

En 1849, con el fin de crear una cátedra de Geología en el Museo, que hasta 1907 no se independizaría de la Universidad de Madrid, Graells propuso a Vilanova como candidato para la plaza. Para ello debía formarse en el extranjero, donde cursaría estudios de esta materia. Comenzó un periplo de tres años por diversos países (Francia, Suiza, Austria, Italia...). Como otros muchos geólogos españoles de la época (los hermanos Elhuyar, Ezquerra del Bayo, Amar de la Torre, entre otros) estudió también en la Escuela de Minas de Freiberg (Alemania). En 1850 fue admitido como miembro de la Sociedad Entomológica de Francia y de la Sociedad Geológica de París. En este período consiguió reunir vastas colecciones entomológicas, fósiles y mineralógicas que enriquecieron enormemente los fondos del Museo y abrió la puerta a las colaboraciones del Museo con otras instituciones europeas, lo que fomentó los intercambios de fondos, las donaciones y la investigación científica en la institución.

A su vuelta a España en 1852 se haría cargo de la primera cátedra de Geología y Paleontología, puesto que ocuparía hasta 1873, ocupando desde entonces la nueva cátedra de Paleontología, al desdoblarse en dos la que ocupaba anteriormente. Gran divulgador y docente, formó a buena parte de las generaciones de geólogos y paleontólogos que escribirían en los años venideros la incipiente historia de la Geología española.

Entre 1860 y 1861 publica su Manual de Geología aplicada a la agricultura, obra en tres volúmenes que había sido premiada en 1858 por la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Es a partir de 1870 que Vilanova alcanza su plenitud como científico, siendo ésta su etapa más productiva, desde el punto de vista bibliográfico, publicando la mayor parte de sus trabajos más influyentes. Así, en 1872 realiza una revisión de los conocimientos sobre Prehistoria y comenta los hallazgos del yacimiento de San Isidro en su obra “Origen, Naturaleza y Antigüedad del Hombre”. Realizó el primer hallazgo de un dinosaurio en España - restos de Iguanodón en Utrillas (Teruel) y Morella (Castellón). También se convirtió en uno de las fervientes defensores de la autenticidad de las pinturas de Altamira, en contra de la corriente de opinión predominante en la época.

            Intentó rebatir las ideas evolucionistas de Darwin y Huxley, manteniendo un  punto de vista creacionista, si bien no considera los textos bíblicos como dogma científico. Así, en su Compendio de Geología (1872), una obra profusamente ilustrada, en la que describe la situación de los conocimientos geológicos y paleontológicos del momento, escribe: "Conviene tener presente que Moisés no se propuso dar en el génesis un tratado de Geología ni de ninguna otra ciencia, sino más bien hacer comprender a los hebreos la grandeza y omnipotencia del Dios Creador, y evitar de esta manera que cayesen en la idolatría; lo cual era más fácil de conseguir, diciendo que á la sola palabra de Dios Fiat lux , apareció la luz, que si les hubiera dado un tratado de Óptica".

            Partidario de un catastrofismo acfualista consideraba que a lo largo de la historia de la Tierra se habían ido sucediendo cuatro grupos faunísticos independientes entre sí, que no derivaban unos de otros, lo que coincidía, aproximadamente, con las cuatro creaciones sucesivas postuladas por de Charles Lyell . Estas extinciones no se habrían producido como respuesta a un fenómeno violento y repentino sino como resultado de una acción geológica lenta y continua, similar en su naturaleza a las que ejercen su acción en la actualidad sobre el planeta (visión actualista) pero que actuó con mayor violencia en épocas pasadas (visión catastrofista). Según Vilanova, las causas más probables de estas extinciones serían las oscilaciones bruscas de la temperatura del planeta, la formación de cordilleras, que pudo alterar el nivel y la composición del agua de mares y lagos, modificando las condiciones físicas y químicas a que estaban sometidos los seres vivos, y la existencia de un “germen de la muerte”, un factor orgánico que predeterminaría que todas las especies tienen, inevitablemente, que desaparecer..Sin embargo no creía en ningún principio de “perfeccionamiento gradual” de las especies en el proceso evolutivo, que para él sólo se cumplía en los grupos principales del reino animal.

Murió en 1893



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