Geologos españoles
A
los 12 años ingresa en el noviciado de Salamanca, de la Compañía de Jesús,
haciendo los votos en su ciudad natal, donde permanecerá hasta 1557 fecha en la
que inicia una serie de viajes por la Península que culminan en Segovia donde,
con 19 años, funda el Colegio de los jesuitas.
Ese
año se traslada a Alcalá de Henares, donde además de las materias religiosa
estudia Ciencias Naturales e Historia. En 1562 es ordenado sacerdote y hasta
1565 residirá en Roma. A su vuelta a España, enseñó Teología en el Colegio de
los Jesuitas de Ocaña y, más tarde, hasta 1571, en el Colegio de Plasencia.
Ese
año se producirá el acontecimiento que marcará definitivamente la trayectoria
personal y científica de Acosta, su destino a las misiones andinas en el
Virreinato del Perú. Allí tiene la oportunidad de recorrer el interior del país
lo que le permite recopilar gran cantidad de datos sobre la naturaleza y los
pueblos indígenas, que luego serían utilizados en su obra científica.
En
1574 su confianza en el proceso de evangelización llevado a cabo por los
jesuitas entra en crisis al serle encargado por la Inquisición la dirección del
auto de fe que llevó a la hoguera en Lima a fray Francisco de la Cruz y otros
tres frailes dominicos y que reflejó años más tarde en su obra De procuranda
Indorum Salute (1588).
En 1575, el Padre
Acosta es nombrado Rector del Colegio de Lima y en 1576, Provincial del Perú,
cargo que desempeñó hasta 1581, en que solicita su vuelta a España, lo que
logrará en 1588, diecisiete años después de iniciada su labor misionera.
En 1590, apenas diez
años antes de su muerte, verá la luz en Sevilla la que sería la obra más
significativa e importante de Acosta, la Historia Natural y Moral de las
Indias. Escrita más desde una postura racionalista que religiosa, en ella
describe la fauna, flora y los pobladores del continente americano y se
cuestiona acerca de su origen, justificándolo no mediante procesos
creacionistas o místicos sino por puras migraciones a través de las
comunicaciones terrestres entre el Nuevo y el Viejo Mundo.
El problema teórico
surge al intentar explicar la presencia de fauna y flora exclusivas de las
Américas. Propone varias soluciones: una solución teológica, que implica una
segunda creación divina, que no encuentra satisfactoria al cuestionar
implícitamente el episodio del Diluvio y su significado regenerador de la vida
en el planeta.
Dice Acosta en su
segunda interpretación, la que más le satisfacía: "Se conservaron en el
Arca de Noé", y "por instinto natural y Providencia del cielo,
diversos géneros se fueron a diversas regiones, y en algunas de ellas se hallaron
tan bien, que no quisieron salir de ellas, o si salieron no se
conservaron...".
Como indica Leandro
Sequeiros, a pesar de su base creacionista y de negar toda capacidad de
evolución biológica, es “la primera formulación histórica de la teoría de la
dispersión geográfica y la adaptación biológica de las especies a medios
ambientes diversos. Con toda razón se considera a Acosta fundador de la
Paleobiogeografía histórica”. El enunciado de este segundo mecanismo
contempla una motivación intrínseca de los seres vivos hacia la adaptación al
medio –“por instinto natural”- y adquiere el carácter de ley general
biológica al generalizarlo a otras regiones del planeta: "y si bien
se mira, esto no es un caso propio de Indias, sino general de otras regiones y
provincias de Asia, Europa y África".
Pero es la tercera
explicación la que, por su marcado sesgo evolucionista, le convierten en un
precursor de esta teoría, 250 años antes que la formulara Darwin. En ella los
animales americanos serían el resultado de la transformación de los europeos,
siendo las diferencias entre ellos atribuibles a “cambios accidentales”,
subyaciendo en esta expresión el mismo concepto de aleatoriedad e
imprevisibilidad que se esconde tras la idea de mutación.
Enrique de Aguilera y Gamboa (Marqués de Cerralbo)
De formación
humanística, estudio Filosofía y Letras y Derecho, mostrando gran interés desde
joven por la Literatura, el Arte y la Historia. Como parte de su formación
realizó numerosos viajes por Europa en la que conoció los restos arqueológicos
clásicos y visitó los principales museos y galerías de arte.
Desempeñó altos cargos
en el Partido Tradicionalista y ejerció una impresionante labor como mecenas de
proyectos artísticos y excavaciones arqueológicas, en las que solía participar
personalmente.
En 1885 financió la
campaña de excavación de Vives para la Real Academia de la Historia en
el yacimiento madrileño de Ciempozuelos. En 1903 conoce al arqueólogo Juan
Cabré, iniciándose una amistad que fructificó en una colaboración estrecha
materializada en diversas campañas de excavación.
En 1908 ingresó como
miembro de la Real Academia de la Historia. A partir de entonces se
dedicará de modo exclusivo a la Arqueología, especialmente en relación con las
vías romanas en nuestro país, y subvencionando numerosas campañas de excavación
de los restos celtibéricos del Alto Jalón (Soria, Guadalajara y Zaragoza).
En 1911 ganó el Premio
Internacional Martorell con su obra en cinco tomos “Páginas de la
Historia Patria por mis excavaciones arqueológicas”. Ese mismo año es
nombrado presidente de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y
Prehistóricas de la recién creada Junta Superior de Excavaciones y
Antigüedades. (J.E.A.)
Fue autor de
importantes publicaciones relativas a los poblamientos prehistóricos de
la Península, como la dedicada al yacimiento de Torralba (“Torralba, la
plus ancienne station humaine de l’Europe”, 1912); al arte paleolítico
español (“Las primitivas pinturas rupestres”, 1909;
“Singularidades del Arte Paleolítico español en pinturas y grabados rupestres”,
1915) y a las necrópolis ibéricas
(1912, 1915).
En 1913 es nombrado académico
de número de la Real Academia Española y, en 1917, de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Colaboró con diversos
historiadores y paleontólogos españoles como al que propuso para desempeñar la Jefatura
de Trabajos y la Dirección de Publicaciones de la J.E,A, y realizó
numerosas donaciones de materiales a distintos museos, como el Museo Nacional
de Ciencias Naturales. Su última decisión como protector del patrimonio
arqueológico, histórico y artístico español fue la creación del Museo Cerralbo,
para lo cual donó al Estado un palacio situado en Madrid y las colecciones que
contenía, quedando a su cargo su amigo Juan Cabré y abriéndose al público en
1924, dos años después de su muerte, el 27 de agosto de 1922.
Ingeniero de Caminos nacido en 1802 en Barcelona. En 1822
obtiene el título de Ingeniero, en Madrid. Posteriormente ingresa en la Academia
de Minas de Almadén y, posteriormente, a instancias de Fausto Elhúyar,
en la Escuela de Minas de Freiberg junto a Ezquerra del Bayo.
Ambos publicaran, en 1831, junto a Felipe Bauzá, la primera descripción
geológica de Asturias.
En 1835 es nombrado profesor de Mineralogía y
Geognosia en la recién creada Escuela de Minas de Madrid, introduciendo en
sus clases, a partir de su traducción por Ezquerra en 1847, los Elementos de
Geología de
Charles Lyell
. La mayor parte de su tarea guarda
relación con el mundo de la docencia, siendo el impulsor de nuevos contenidos y
metodologías en la enseñanza de la Geología y la Paleontología, como la
introducción en España de las prácticas de campo, desee 1838.
Se considera
introductor de la Mineralogía moderna en España, al divulgar la clasificación
de las formas cristalográficas en 7 sistemas creada por el geólogo alemán Möhs
así como su tabla de durezas .
Otra aportación de la
que se le reconoce la paternidad es la introducción en 1839 de la enseñanza de
la Paleontología en España, aprovechando el impulso económico y minero
existente en tiempos de Isabel II, que trajo consigo un gran desarrollo de las
ciencias geológicas. Se convirtió así en el primer profesor de esta asignatura
en nuestro país. Seis años más tarde, el 9 de noviembre de 1845, es reconocida
de modo oficial creándose una Cátedra de Paleontología, que llegó a ocupar el
propio Amar de la Torre. Fue el primero en mencionar la existencia de icnitas
–huellas de dinosaurios- en España.
Encargado de
las colecciones del museo Geominero, aborda en 1844 la tarea de constituir una
colección de minerales de España, ordenada geográficamente, destinada a la
enseñanza.
Fue miembro de la Academia
de Ciencias de Madrid entre 1835 hasta su desaparición en 1840 y miembro
fundador en 1849 de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Hasta 1849
compagina la docencia con sus tareas investigadoras y de gestión,
inspeccionando diversas minas, pero en ese año se ve obligado a abandonar su
faceta docente al ascender a Inspector General del Cuerpo de Ingenieros de
Minas.
Fue miembro de la Comisión
del Mapa Geológico de España, de la que formaba parte también Casiano de
Prado, como encargado de la Sección Geológica-mineralógica, trabajando
en el mapa de Madrid, y vocal de la Sociedad Geográfica y de la Junta
General de Estadística.
Como Prado, defendió
una visión catastrofista de la geología, asumiendo que las fuerzas que
actuaron en el pasado eran diferentes y más violentas que las actuales, correspondientes a una fase de juventud
en la Tierra, produciendo grandes cataclismos que promovieron la sustitución de
unas especies por otras, más adaptadas a las nuevas condiciones. Esta serie de
extinciones y creaciones prosiguieron hasta el momento actual en el que, tras
haberse ido debilitando las fuezas geológicas, la Tierra ha entrado en una fase
de madurez y se ha llegado a un estado de equilibrio entre las fuerzas
terrestres, lo que ha causado que el conjunto de seres vivos se mantenga
estable, sin extinción o creación, mediante la reproducción.
Su precaria
salud, le obliga a jubilarse en 1873 y fallece en Madrid, el 30 de mayo 1874.
Comenzó su labor
docente como profesor de Geología y Paleontología en el Seminario Conciliar
de Barcelona, dirigiendo el Museo de Geognosia y Paleontología fundado por
Jaume Almera, una prestigiosa e importante institución catalana. Más adelante
fue profesor de la Escuela Superior de Agricultura.
Participó en la elaboración del
Mapa Geológico de Cataluña entre otras muchas contribuciones científicas que
hicieron de él un personaje relevante e influyente en la historia de la
Geología y Paleontología española y, especialmente, de la catalana.
Personaje muy activo y
comprometido con su labor científica y docente y con el conocimiento y
divulgación de los valores patrimoniales catalanes, ingresó como socio de la Institución
Catalana de Historia Natural y fue miembro del Instituto de Estudios
Catalanas.
Sus
más importantes contribuciones las realizó en el marco de la Sociedad
Catalana de Geografía de la que fue miembro fundador, llegando a ser
presidente entre 1948 y 1954, una época de gran dificultad para el desarrollo
de la cultura catalana debido a la situación política del momento, pese a lo
cual consiguió celebrar unas emblemáticas e influentes sesiones científicas
mensuales. Permaneció como tesorero de la Sociedad hasta poco antes de su
muerte, en 1962, en la ciudad de Barcelona.
Nació en Madrid el 22 de agosto de 1851, hijo
de un abogado y periodista. A los 14 años perdió a su madre y su padre a los
23. Pese a cursar un bachillerato de Artes, realizó su licenciatura en Ciencias
naturales, obteniendo en 1872 el grado de doctor y un año más tarde la cátedra
de Historia Natural.
Fue un especialista altamente valorado en
vulcanología que dedicó buena parte de sus primeros trabajos científicos al
estudio de las rocas volcánicas de la isla de Gran Canaria. Con posterioridad
abordaría otras líneas de trabajo, que dieron como resultado una extensísima
producción literaria con más de 300 publicaciones, la mayoría de mineralogía,
entre las que destaca su obra más valorada, “Los minerales de España”,
publicada en 1910, y otras como“Elementos de Historia Natural”,"Guía
del geólogo y mineralogista expedicionario en España",“Nuevos Elementos de
Historia Natural”o "La evolución terrestre".
En 1875 fue desprovisto de su cátedra por el
gobierno conservador, debido a sus tendencias liberales y expulsado de la
Universidad junto a otros pensadores de la época, como Giner de los Ríos. Al no
poder continuar sus investigaciones en las islas Canarias, regresa a Madrid.
donde funda, junto a Giner de los Ríos, recién llegado de su exilio en Cádiz,
la Institución Libre de Enseñanza que ejerció un papel esencial en el
desarrollo de la ciencia española, siendo una puerta abierta a nuevas ideas que
contó con la colaboración de figuras de relieve mundial, como Bertrand Russell,
Charles Darwin, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, María Montessori,
León Tolstoi, H. G. Wells, entre otros muchos.
En este período realizó un viaje de ampliación
de estudios por Europa (Ginebra, Heidelberg, Munich y Viena), en el que
conoció a los más prestigiosos mineralogistas del momento, para finalmente
acabar instalándose en París donde, en 1880, le surge la oportunidad de conocer
la geología centroamericana al ser contratado por cinco años como profesor de
ciencias en el Instituto de Occidente, que Joseph Leonard iba a abrir en la
ciudad de León (Nicaragua). El progresismo pedagógico del instituto resulta
incompatible con la situación política interna de Nicaragua, generándose una
serie de revueltas que hacen inviable el proyecto educativo, obligándole a
regresar a España al año siguiente.
A su vuelta en Madrid se encuentra con el
recién instaurado gobierno liberal de Sagasta que toma la decisión de reponer
en sus cátedras a los profesores expulsados por el gobierno conservador
anterior. De esta manera, Calderón es rehabilitado en su cátedra de instituto
obteniendo plaza en 1882 en el Instituto de Segovia. Allí permaneció seis años,
trasladándose al Instituto de Sevilla en 1887.
Al año siguiente ganó la cátedra de Mineralogía
y Botánica de la Universidad Central puesto que desempeñó hasta el final de sus
días.
Desempeñó un buen número de responsabilidades y
cargos públicos. En 1905 fue nombrado presidente de la Real Sociedad
Española de Historia Natural, puesto que compaginaba con su tarea docente y
con el puesto de Jefe de la Sección de Mineralogía del Museo de
Ciencias Naturales. Destaca también su participación en la elaboración
del Mapa Geológico Nacional,
junto a Royo Gómez y Eduardo Hernández Pacheco.
Una de sus mayores aportaciones
a la Ciencia Natural española se desarrolló en el terreno de la museística,
siendo comisionado en 1883 por el gobierno español para conocer la organización
de los museos de Historia Natural europeos. Esta información le permitieron
modernizar el museo español. Asimismo contribuyó personalmente al incremento de
las colecciones, tanto de minerales, como de fósiles y meteoritos.
Los Hermanos Elhuyar de Lubice
Juan José Elhuyar nació en 1754 en
Logroño, de padres vasco-franceses. Tras cursar estudios básicos en España, fue
enviado a París por sus padres para completar su formación, estudiando como su
hermano con Hilaire-Marin Rouelle en París. Fue discípulo de Werner
en la Escuela de Freiberg y de Bergman
en Upsala.. En el año 1777 ingresó como socio de la Real Sociedad Vascongada
francesa, lo que le permitió aprender las técnicas metalúrgicas. Junto con su
hermano realizó una serie de experimentos en el Real Seminario de Vergara
que culminaron en el descubrimiento y aislamiento del wolframio, en 1783. En
1784 marchó a Nueva Granada (Colombia) como técnico de minas y metalúrgico
especializado en la extracción de metales. Allí se casó y desarrolló una
importante tarea técnica y docente hasta que una prematura muerte (se cree que
en Bogotá) en 1796, truncó una prometedora labor científica.
Fausto Elhuyar. Nació en 1757, también en Logroño. Su
formación intelectual y científica corre paralela a la de su hermano,
adquiriendo sus conocimientos metalúrgicos en diversos países (Sajonia,
Hungría, Austria). Fue pensionado para estudiar en Freiberg, en la escuela
minera de Abraham Teófilo Werner. Colaboró con su hermano Juan José en
el descubrimiento del wolframio y con Chabaneau en el descubrimiento del
platino. De 1783 a 1785 completó su formación en el Seminario de Vergara,
realizando estudios de Mineralogía y Metalurgia, siendo después profesor de
Mineralogía en la Real Sociedad Vascongada. Como su hermano se sintió
atraído por el Nuevo Mundo, llegando, en 1786, a ser director de las Minas y
Consejo Minero de Nueva España (México), creando en 1792 el Real Seminario
de Minería, siguiendo el modelo de la Escuela de Freiberg. En las
minas de plata de México pudo ensayar y
perfeccionar notablemente la técnica de amalgamamiento, de la que fue
especialista. Tras la revolución de Riego de 1822, vuelve a España siendo
destinado a la Dirección General de Minas, de la que fue varios años
Director. En este período desarrolló una importante producción científica y
promovió importantes actuaciones que darían un impulso importante a la minería
y geología españolas, entre la que destacan la publicación de los primeros
mapas geológicos, la instalación en Madrid de la Escuela de Minas o la
creación, en 1845, de una Cátedra de Paleontología, cuyo primer ocupante
fue
Murió en 1883.
En 1830, Fausto Elhuyar lo comisiona,
junto a
En 1847 fue miembro fundador de la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Una de las aportaciones por la que es más
recordado es la traducción en 1847 de los Elementos de Geología de de
Lyell
,
un texto que revolucionó la Geología al proponer el actualismo como teoría geológica general, frente al catastrofismo
imperante. Esta obra fue rápidamente
introducida por Amar de la Torre, el primer profesor de Paleontología de
España, como libro de texto en los estudios de esta materia. Ezquerra y Amar de
la Torre se convertirán, al aplicar las idea de Lyell, en los más importantes
representantes y defensores españoles del actualismo.
Ezquerra fue también un destacado paleontólogo.
En 1837 da a conocer la existencia de fósiles de grandes mamíferos terciarios
en el Cerro de San Isidro y en los cimientos del Puente de Toledo en su obra “Indicaciones
Geognósticas sobre las formaciones terciarias del resto de España”, pese a
que su descubrimiento se atribuye erróneamente a Casiano de Prado en 1862. En 1840 descubre restos cuaternarios,
también en el cerro de San Isidro. Entre 1850 y 1857 publica, en las memorias
de la Academia de Ciencias, el primer catálogo de fósiles
realizado en España, compuesto por más de cuatrocientas especies.
Murió en 1857.
En 1899 obtuvo una cátedra de Instituto de
Segunda Enseñanza en Córdoba. Allí realizó importantes estudios geológicos y
paleontológicos de Sierra Morena y la cuenca del Guadalquivir, descubriendo el
importante yacimiento de arqueociatos de Las Ermitas, cerca de la
capital. Ese mismo año, con tan sólo 27 años, es nombrado miembro numerario de
la Academia de Ciencias, Letras y Artes de Córdoba.
En 1907 la Real Sociedad Española de
Historia Natural, institución a la que siempre estuvo muy ligado, le
designó para acompañar a Salvador Calderón en una expedición a las Islas Canarias
orientales, llevando a cabo sus estudios de la vulcanología y paleontología de
Lanzarote.
En 1910 ganó la cátedra de Geología de la
Universidad de Madrid, puesto que llevaba aparejado el de Jefe de Sección de
Geología y Paleontología estratigráfica del Museo de Ciencias Naturales.
Así comenzaría su vinculación con esta institución que le llevaría años más
tarde a hacerse cargo del Museo, cargo que no abandonaría hasta su jubilación.
También ese año de 1910 es pensionado, por la Junta para Ampliación de
Estudios e Investigaciones Científicas (J.A.E.), para realizar estudios en
el extranjero (Francia, Bélgica, Suiza e Italia).
Cuando la J.A.E. creó en 1913, a instancias de
Hernández Pacheco la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y
Prehistóricas, estableció su sede en el Museo Nacional de Ciencias
Naturales y encargó a Eduardo Hernández-Pacheco la Jefatura de Trabajos
y la Dirección de Publicaciones haciéndose cargo de su Dirección,
sustituyendo a Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo tras su
muerte en 1922.
Hernández Pacheco creó una auténtica escuela de
geólogos en el Museo de Ciencias Naturales. Entre sus discípulos destacan José
Royo Gómez (1895-1961), especialista en faunas continentales de las Eras
Secundaria y Terciaria, su hijo Francisco Hernández Pacheco de la Cuesta
(1899-1976), Federico Gómez Llueca (1889-1960), Vicente Sos (1895-1992) y José
Ramón Bataller (1890-1962), que
realizó importantes investigaciones paleontológicas en Cataluña.
Eduardo Hernández Pacheco publicó importantes
trabajos sobre la Geología de España y del África española y sobre Prehistoria
y Paleontología. Sus primeras publicaciones paleontológicas se centran en el
estudio de la fauna invertebrada paleozoica. Sin embargo, su aportación más
importante y a la que dedicó la mayor parte de su actividad paleontológica
(entre 1914 y 1930) fue el estudio de la fauna de vertebrados del Terciario y
Cuaternario, en especial, de mamíferos, en ambas mesetas y, con especial
intensidad, en el área de Palencia. Publica así, “Los vertebrados terrestres
del mioceno de la Península Ibérica” (1914), “Geología y Paleontología
del Mioceno de Palencia” (1915). También llevó a cabo importantes trabajos,
junto a José Royo y Gómez, sobre las grandes tortugas terrestres encontradas en
Madrid (Cerro de los Ángeles, Cerro de los Mártires) y otras provincias
castellanas, definiendo en 1917 el género Testudo bolivari (denominado
más adelante, Cheirogaster bolivari) También son importantes sus
estudios del célebre yacimiento de Concud en Teruel.
Fue vocal de la Comisión organizadora del XIV
Congreso Geológico Internacional, celebrado en Madrid en 1926, aportando
además un libro de síntesis sobre Sierra Morena y la llanura del Guadalquivir,
dos guías de excursiones y dirigiendo una de ellas a Sierra Morena.
A partir de 1930 su interés científico vira
hacia el estudio de la prehistoria del norte de España y de la geología
española. Cuando en 1934 es nombrado Jefe de la Expedición a Ifni,
Hernández Pacheco inicia un nuevo período de su vida científica marcado por una
vinculación especial con el África española que le llevó a realizar diversos
viajes y estudios en los años 40 sobre la paleontología y geología del norte de
África, tarea en la contó con la colaboración de José Ramón Bataller, del Museo
del Seminario de Barcelona, y de su hijo Francisco, con el que en 1941 realizó
una nueva expedición para estudiar el desierto del Sáhara.
En 1938 fue nombrado Académico del Instituto de
España y en 1952, Doctor honoris causa por la Universidad de Toulouse
(Francia).
Murió en 1965, a los 93 años, en Alcuescar (Cáceres) a donde se había
retirado pocos años antes
Dedicó su importante fortuna personal a la introducción de las más
modernas técnicas de estudio mineralógico, de las nuevas ideas sobre Tectónica
y a la difusión del patrimonio geológico de Cádiz.
Nunca obtuvo una titulación superior en Geología, aunque estudió
Mineralogía y Geología en París y Londres, pero gozó de tal prestigio
internacional que llegó a ser miembro de la Sociedad Geológica de Francia,
de la Sociedad Española de Historia Natural y de la Sociedad Geográfica
de Madrid, entre otras instituciones científicas.
Colaboró con el catedrático sevillano Antonio
Machado y Núñez en la organización de la sección geológica del Museo universitario
de Historia Natural y en 1870 publicó su primera obra científica, "Método
para determinar minerales. Buen conocedor de la
Serranía de Ronda, a través de sus numerosos paseos por ella, realizó una serie de
interesantes publicaciones de carácter científico sobre sus características
geológicas , entre las que destacan el "Bosquejo Geológico de la
provincia de Cádiz".(1873) y un estudio ya clásico titulado “Memoria
sobre la Estructura de la Serranía de Ronda" (1874) en el que, por primera vez, se propone una explicación científica de la
formación del Tajo de Ronda.
En abril de 1875 conoce a
Francisco Giner de los Ríos durante el destierro de éste en Cádiz
y, como otros científicos, quedó fascinado por su personalidad y sus
ideas. Cuando Giner de los Ríos vuelve a Madrid, MacPherson marcha con él a
colaborar con la ILE, tanto económicamente mediante donaciones, como
participando en la formación geológica de sus alumnos.
Fue una persona de
clara vocación docente y su casa-laboratorio, situada en el Paseo de la
Castellana de Madrid, cerca del Palacio de la Industria y de las Artes, futuro
Museo de Ciencias Naturales, se hizo famosa como un foro abierto de reunión y
discusión sobre geología, dotado de enormes fondos bibliográficos y
cartográficos, además de un importante instrumental geológico, una consecuencia
de la colaboración de MacPherson con la Institución Libre de Enseñanza.
De este modo,
contribuyó a formar y a consolidar la formación un grupo de investigadores que,
posteriormente, tendrían importantes responsabilidades en la ciencia española.
Entre ellos destacó Francisco Quiroga y Rodríguez., el primer catedrático de
catedrático de Cristalografía de Europa, al crearse esta cátedra en la Facultad
de Ciencias de la Universidad Central de Madrid.
De
todo este equipo y material científico sólo se conserva, en el Laboratorio
de Geología de la Fundación Giner de los Ríos, en Madrid, un
microscopio. El resto fue destruido durante la Guerra Civil española.
Junto
a su hermano Guillermo y a Machado fue un activo defensor de las ideas de
Darwin y Haeckel.
Murió en 1902, en San Ildefonso de La Granja. En el XI Congreso
Hispano-Luso de la Asociación para el Progreso de Las Ciencias, desarrollado en
Cádiz en 1927 se le rindió un homenaje, colocándose una lápida en su casa natal
(ya desaparecida) y un busto que aún se conserva en unos jardines cercanos.
Lucas Mallada nació en
Huesca el 18 de octubre de 1841. Cuando tenía 18 años su familia se traslada a
Madrid, donde su padre ejercerá de maestro y acabará siendo Director de la Escuela
Normal de Magisterio.
En Madrid Inicia sus
estudios de Ingeniería de Minas, que culmina en 1865. El título de Ingeniero
llevaba aparejada su conversión en funcionario del Estado, siendo destinado por
la Dirección General de Minas al distrito minero de Asturias, encargándose de
una cátedra en la Escuela de Capataces de Minas de Sama de Langreo.
En l870, a los 29 años,
se traslada a Madrid para formar parte de la segunda etapa (1870-1910) de la Comisión
del Mapa Geológico de España iniciado por Ezquerra del Bayo en 1850, continuando en esta tarea hasta su
jubilación, en 1911.
Con el apoyo del
director de la Comisión, el ingeniero de Minas Manuel Fernández de Castro,
elabora entre 1875 y 1890 los mapas geológicos provinciales y las
correspondientes memorias de Cáceres, Huesca, Córdoba, Navarra, Jaén y
Tarragona, un tiempo récord, habida cuenta de la gran convulsión social de la
época, en plenas guerras carlistas, y el retraso económico de la España rural,
lo que dificultaba enormemente la tarea. Estas memorias se editan entre 1875 y
1911 como Explicación del Mapa Geológico de España, que constituirían el
germen del Mapa Geológico Nacional de España a escala 1:400.000,
publicado por Fernández de Castro en 1889.
Durante su intensa y
extensa labor de campo, Mallada descubrió el escaso conocimiento paleontológico
de los geólogos e ingenieros de Minas, pese a la importancia que el uso de los
fósiles tenía para la datación de los terrenos. Hay que tener en cuenta que la
primera cátedra de Paleontología no se creará hasta el 9 de noviembre de 1845,
siendo su primer ocupante
En 1879 se incorpora a
la Cátedra de Paleontología de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas
de Madrid, desempeñando su labor al frente de la misma hasta 1892.
Además de su producción
científica desarrolló una importante e influyente labor social al reflejar en
numerosos artículos periodísticos su visión de los graves problemas y
desequilibrios de la sociedad española, recopilados en el libro Los Males de
la Patria publicado en 1890, y en sus Cartas Aragonesas dedicadas al
Rey don Alfonso XIII y publicadas en 1905. En ellas desarrolla una visión
pesimista de España que le sitúa claramente en el marco de la llamada
“Generación del 98”.
En 1897 ingresa en la Real
Academia de la Ciencias, ocupando la vacante existente tras la muerte de la
persona que había impulsado su carrera científica, Manuel Fernández de Castro.
Según sus biógrafos,
sus últimos años de su vida los pasó en la Escuela de Minas, sumergido en la
desesperanza, la soledad y enfrentado a un deterioro físico, hasta su muerte el
6 de febrero de 1921.
Eminente paleontólogo y
patriarca de una dinastía de ilustres geólogos. Nació el 21 de enero de 1912 en
Palencia. Se trasladó a Madrid para realizar sus estudios de Ciencias Naturales
en la entonces llamada Universidad Central. La guerra civil puso un paréntesis
a su formación, tras el cual realizó su tesis doctoral bajo la dirección del
profesor Eduardo Hernández Pacheco sobre “Los terrenos cámbricos de la
Península Hespérica”, por la que obtuvo Premio Extraordinario en 1942.
A instancias de Hernández Pacheco se
especializó en Paleontología realizando sus primeras investigaciones sobre las
faunas cámbricas de Sierra Morena y Cordillera Ibérica. De hecho, su tarea
científica estuvo centrada en el estudio de las faunas paleozoicas, y en
particular de los equinodermos del Paleozoico inferior, publicando numerosos
artículos al respecto. Sin embargo, sus intereses sobrepasaron con mucho esta
limitación cronológica, extendiendo su investigación a otros muchos períodos de
la escala geológica.
Obtuvo la Cátedra de Geología General de la Universidad de
Granada en 1944 que ostentó durante 5 años hasta que en 1949 consiguió la
cátedra de Paleontología y Geología Histórica de Madrid, en la que
permanecería hasta su jubilación en 1982, siendo así, el referente científico
de numerosas generaciones –hasta 33 promociones pasaron por su aula- de
paleontólogos y geólogos.
Fue autor de una prolífica producción escrita,
entre las que destacan importantes obras de carácter didáctico y libros de
texto de gran difusión entre los estudiantes de Paleontología y Geología y que
revisaba hasta la saciedad: Tratado de Paleontología (1947), Manual
de Paleontología (1955) y, sobre todo, Paleontología, obra en tres
volúmenes (1970, 1979, 1995) cuya última edición, revisada y actualizada,
apareció en 1998 bajo el nombre de Tratado de Paleontología, poco antes
de su muerte. Junto al catedrático de Petrología José Mª Fúster, editó en 1966
un famoso texto de Geología, que ha conocido 8 ediciones hasta la fecha, y
otras obras menores de gran intención y calado didáctico (v.g. los Modelos
cristalográficos recortables, con hasta 20 ediciones). También participó en
la elaboración del Diccionario Labor de Geología (1957), una obra de
1685 páginas, de la que llegó a ser su director.
En 1959, la Comisión Nacional de Geología
le encargó la redacción de un Vocabulario de términos paleontológicos, y
participó en las ediciones de 1983 y 1996 del Vocabulario Científico y
Técnico, editado por Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales. Tradujo al español numerosas obras de Geología, destacando las
de los libros que sobre evolución escribió el paleontólogo italiano Piero
Leonardi.
Sin duda, sus libros y ensayos sobre la
evolución ocupan un lugar destacado en su producción escrita, publicando hasta
35 obras al respecto (entre libros, ensayos, artículos, conferencias,...). A lo
largo del tiempo fue adaptando una visión finalista de la evolución orgánica a
los nuevos postulados impuestos por el neodarwinismo y el puntualismo, sin que
llegara nunca a renunciar totalmente a esa causalidad final.
Sus amigos le definían como “un hombre
sencillo, de convicciones firmes y de talante pacífico” dedicado a su trabajo y
familia. Su prestigio científico le hizo merecedor de diversos nombramientos,
siendo Consejero de número del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, miembro de la Comisión Nacional de Geología, Académico
de la Real de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y Miembro honorario
de la Sociedad Española de Paleontología. Además, fue miembro de
diversas Academias científicas (Roma, Tucumán y Córdoba de Argentina) y la fue
investido Doctor honoris causa por la Universidad de Alcalá de Henares.
Murió el 29 de enero de 1999 de una afección
cardiovascular, pocos días después de haber cumplido los 87 años.
Hijo y
sobrino de artistas, su padre y su tío fueron escultores y dibujantes, Casiano
no heredó esta vocación sino que se inclinó por las ciencias, estudiando
matemáticas y
ciencias naturales en la Universidad de Santiago. Fue una persona comprometida
con sus ideas políticas liberales, lo que marcó toda su vida. Así, el
inquisidor Maceda le acusó en 1817 de la lectura de “textos prohibidos”, por lo
que el joven Casiano, con tan sólo 20 años, pasó 15 meses en la cárcel,
interrumpiendo así sus estudios y quedando definitivamente establecido un
permanente sesgo político en su actividad personal. Así, en 1821, radicalizado
en sus ideas políticas ante la represión fernandina, se alista en la Milicia
Nacional, alcanzando el grado de subteniente e interviniendo en varias
revueltas lo que le llevó a ocultarse, primero, y, posteriormente, a emigrar a
Madrid, con idea de estudiar arquitectura.
De nuevo su vocación y la influencia de su amigo
y mineralogista José María de Parga, le llevan en 1828 a retomar sus estudios
naturalistas, estudiando Químicas durante un año y comenzando en 1929 sus
estudios de Minas.
En 1834, es nombrado Ingeniero de Minas de tercera clase y
bibliotecario de la Dirección de Minas, iniciando su vida profesional ya que,
en el siglo XIX, los Ingenieros de Minas pasaban a ser automáticamente
funcionarios del Estado
Durante 5 años, entre 1835 y 1840, ejerce como Inspector de
Minas de Aragón y Cataluña, compaginando su labor profesional con la
publicación de artículos de fondo político en el periódico El Terraconense,
del que fue editor en los años 1837 y 38. Son precisamente sus ideas políticas
la que llevan a que sea retirado de su puesto en 1840 y, un año después,
coincidiendo con la regencia de Espartero, fuera rehabilitado y nombrado
Superintendente Director de las Minas de Almadén e Inspector de Minas de la
Mancha.
En 1835 publica su primera obra sobre Geología, un breve
ensayo titulado Vindicación de la Geología en el que reivindica esta
rama del saber, muy desprestigiada al ser tachada de ciencia antirreligiosa, en
un momento de conflictividad social y profunda represión ideológica.
En estos momentos una nueva ciencia se va abriendo camino
en toda Europa, especialmente a partir de los trabajos de de
Georges Cuvier
(1769- 1832) basados en la anatomía comparada
de las formas fósiles con las vivientes, y considerado fundador de la
Paleontología.
En 1843 vuelve a caer en desgracia, abriéndosele varios
expedientes y sufriendo una serie incesante de traslados y cambios de puestos
trabajo, hasta que en 1844 renuncia a su empleo.
En 1848 reingresa en el Cuerpo de Minas y es
nombrado Director de las Minas de Río Tinto, cargo en el que permanece tan sólo
un año, siendo de nuevo destituido por discrepancias con su gestión.
En 1849 es nombrado miembro de la Comisión del
Mapa Geológico de España, jefe de la Sección de Geología y Paleontología, junto
a prestigiosos científicos, como su director, Mariano de la Paz Graells
(1809-1898), jefe de la Sección Zoológica de la Comisión y catedrático de
Zoología del Museo de Ciencias Naturales. En esta tarea en la que adquirió un
creciente prestigio como geólogo, tanto a nivel internacional como nacional,
siendo nombrado en 1852 miembro de la Sociedad Meteorológica de Francia y
merecedor de varias distinciones honoríficas.
El primer trabajo que se le encarga en la
Comisión es el estudio geológico de la provincia de Madrid. Durante estas
investigaciones descubre en 1850 los restos de un Elephas cerca de la
Ermita de San Isidro, sacando a la luz uno de los yacimientos más emblemáticos
de Madrid que, sin embargo, ya había sido descubierto y visitado por diversos
investigadores anteriores, en especial, Ezquerra del Bayo que fue quién
dio a conocer por primera vez la existencia de restos fósiles terciarios y
cuaternarios en dicho lugar. No será hasta 8 años más tarde que publique este
hallazgo. En 1897 Graells acusó en una de sus obras a Casiano de Prado de
mentir al atribuirse tal descubrimiento pues según Graells, “el Sr. Prado no
asistió a la exhumación elefantina referida, no pudo ver in loco lo que
refiere, y únicamente aprovechó las noticias anteriormente publicadas y lo que
pudo examinar en los ejemplares conservados” en los sótanos de la Escuela de
Minas, lugar donde “vio por primera vez” los citados huesos de elefantes.
Durante su labor en la Comisión se contrataron
además asesores extranjeros, sobre todo franceses, para levantar el mapa
geológico de España.
En los años 1851 y 1852, Casiano de Prado es
comisionado para un viaje a París y
Londres, para la compra de instrumental ferroviario. Allí entabló amistad con
el entonces célebre Prunner Bey que le
introduce en las investigaciones prehistóricas.
Ya
en España, inicia de modo pionero este campo de la investigación, explorando
las cuevas de Colle( León), de Mudá( Palencia) y de Pedraza de la Sierra(
Segovia).
En 1856 el decisivo hallazgo de restos humanos
conocido como Hombre de Neandertal realizado por Carl Fuhlrott y Hermann
Schaaffhausen, en la Cueva Feldhofer ( Valle de Neander, Dusseldorf) unido a
otros descubrimientos de restos humanos junto a otros de animales
prehistóricos, confirman la gran antigüedad del hombre como especie, hallazgos
que se consolidarán con la publicación en 1863 de la obra de de
Charles Lyell
“Evidencias geológicas de la antigüedad del
hombre”, contraviniendo desde la evidencia científica la arraigada idea
religiosa de que nuestra especie era de creación muy reciente.
En 1862, acompañado de su amigo M. de Verneuil y
del naturalista M. Luis Lartet, revisita el yacimiento del cerro de San Isidro,
en busca de restos de actividad lítica humana, encontrando una pieza de sílex,
que realza la significación de este yacimiento al representar los primeros
vestigios de industria lítica madrileños, induciendo a la búsqueda de
yacimientos similares en la Comunidad de Madrid.
Mil ochocientos sesenta y cuatro será el año en el que vea
la luz su emblemática obra Descripción física y geológica de Madrid, tal
vez la primera memoria geológica moderna. Representa el primer registro de un
hallazgo del paleolítico peninsular.
Fue
firme partidario del “catastrofismo”, doctrina científica que afirmaba
que, en el pasado, la Tierra había estado afectada por violentos cataclismos,
de corta duración, que habían causado la extinción de los organismos existentes
hasta ese momento y su sustitución por especies más evolucionadas y complejas.
Las señales de estas grandes catástrofes, registradas en los estratos y en el
registro fósil, no podrían ser explicadas acudiendo a los fenómenos geológicos
actualmente observables, mucho más moderados, razón por la cual se oponía al “uniformismo”,
representado por de
Hutton
que
preconizaba que los cambios ocurridos en el pasado fueron ocasionados por
causas de igual naturaleza e intensidad que las que actúan en el presente, sin
períodos catastróficos.
En
el caso de Prado, su visión catastrófica le hacía un defensor de las tesis diluvistas,
pudiéndose, según él, “ver por todas partes indicios de sus estragos", si
bien no consideraba que sólo hubiera habido un único episodio destructor sino
una sucesión de ellos, tras los cuales habían surgido nuevas especies de
organismos distintos a los anteriores y con una distribución geográfica
diferente. Ello explicaría la presencia de fósiles de organismos hoy tropicales
en estratos situados en latitudes circumpolares y la aparente ausencia de
creación de nuevas especies en la actualidad, al haber cesado las fuerzas
catastrófistas que promovían esa evolución.
Progresivamente
fue modificando su visión de la evolución hasta posiciones más gradualistas y
en su Descripción física y geológica de Madrid de 1864, admite la
existencia de una ley biológica de naturaleza desconocida, responsable de los
cambios pasados y que actuaría también en los tiempos presentes.
En 1865 su labor científica es reconocida en
nuestro país, obteniendo la distinción de Caballero Gran Cruz de Isabel la
Católica e ingresando, en abril del año siguiente, como académico numerario en
la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en el que
defendió la tesis de un clima más cálido en tiempos pasados y su influencia en
la evolución de los seres vivos.
Tres meses después, el 4 de julio de 1866, Casiano de Prado
moría en Madrid, víctima de una infección cancerosa.
En
1733 se le ordena volver a España. Tras un viaje que se prolongó a lo largo de
dos años, debido a los temporales que le hicieron naufragar en México y que le
obligaron a permanecer un tiempo en esas tierras y, posteriormente, en Cuba,
llega por fin, en 1735, a Cádiz
Los
estudiosos de su figura le describen como un hombre inquieto, lleno de energía,
de gran astucia, buen observador, dotado de una pluma precisa e incisiva,
apasionado e incluso rebelde. Sea como fuere, en el período de 10 años que
estuvo en España tuvo varios conflictos, llegando a ser sospechoso de
malversación de fondos de la Orden, que usó al parecer para publicar sus
propios libros y como dote de matrimonio de sus hermanas.
En 1745 es enviado de
nuevo de misiones, en esta ocasión a México, a la provincia de Santo Evangelio,
donde conoció y entabló amistad con el historiador José Antonio Villaseñor.
Además de México, este viajero incansable recorrió Guatemala y Honduras. En
1748 tuvo otra vez problemas con la Orden. Acusado por sus detractores de
nuevas malversaciones de fondos y abandono de sus obligaciones, fue conminado a
dirigirse a Filipinas para responder de ellas frente a un tribunal. En su lugar
se embarcó con destino a España para aclarar directamente la situación, pero fue
detenido en La Habana y encarcelado en la fortaleza del Morro acusado de delito
de desobediencia.
En 1749 regresa a
España, pero en esta ocasión prosigue su viaje por distintos países de Europa
(Italia, Francia,...), a lo largo de los cuales conoce e intercambia
información con importantes naturalistas de la época, conociendo algunos de los
mejores Museos europeos de Ciencias Naturales.
En 1752 es nombrado
Jefe de los Archivos y Cronista General de la Orden Franciscana, lo que le
obliga a volver de nuevo a España. De vuelta a España se produce el famoso
episodio que marcaría definitivamente su vocación científica, convirtiéndole en
uno de los primeros paleontólogos españoles, y daría origen, en 1754, a su
emblemática obra “Aparato para la Historia Natural Española”. Como él
mismo narra en el “Aparato...”, cuando se desplazaba en mula hacia
Madrid desde Francia, paró a almorzar en la villa de Anchuela, en el señorío de
Molina de Aragón. Allí, una niña le mostró unas "petrificaciones"
que le llamaron extraordinariamente la atención, recogiendo gran cantidad de
material de la Sierra cercana. El estudio de estas muestras le incitan a
desarrollar con coherencia la hipótesis diluvista para explicar el registro
fósil –que él llamaba "piedras figuradas"- en localidades que,
como Molina, se encuentran alejadas del mar.
Esta nueva estancia en España le sirve para
completar sus colecciones de fósiles y rocas que servirían de base para sus
escritos científicos. En este período escribirá también el volumen 9º y 10º de las
Crónicas Generales de la Orden, en el que relata minuciosamente la situación de
las misiones del Lejano Oriente y del Nuevo Mundo.
En 1756 vuelve a Roma como Comisario General de
la Orden Franciscana en la Santa Sede, donde publica aún algunos trabajos
científicos, entre los que destaca una de sus más importantes e influyentes
obras no científicas, escrita en italiano, I Moscoviti nella California (Los
rusos en California) (1759). En ella desarrolla la teoría de que América
había sido colonizada por pueblos siberianos que llegaron a través de Alaska.
Esta obra tuvo un gran impacto en la política exterior española de la época al
describir la exploración y colonización rusa de la costa Pacífica de
Norteamérica como una seria amenaza para los intereses españoles, pese a que
quiénes realmente estaban extendiéndose por el nuevo territorio eran los
ingleses.
Su última obra, La
Gigantologia Spagnola vendicata, fue publicada en Nápoles en 1760.
Un año después, el 17 de abril
de 1761, Torrubia muere en Roma, a los 63 años de edad.
Torrubia interpreta las
petrificaciones (fósiles) como de origen orgánico, correspondientes a
restos de los seres vivos extinguidos por el Diluvio. En sus capítulo X
defiende también la existencia prediluviana de seres humanos gigantes,
basándose en los hallazgos de huesos de gran tamaño por los navegantes del
Nuevo Mundo, las leyendas de los indígenas y los testimonios de numerosos
colonizadores europeos y cronistas de las Indias, como Gonzalo Fernández de
Oviedo (1478-1557), Pedro Cieza de León (1518-1560) o Francisco López de Gomara
(1510-1560) acerca de la existencia de seres gigantes en las tierras patagonas
junto al estrecho de Magallanes, que comunica el océano Atlántico y el
Pacífico. Este capítulo, uno de los más difundidos, desencadenó una gran
polémica en los círculos científicos europeos siendo muy contestado. Torrubia
retoma el tema y afronta las críticas en su Gigantología, publicada un
año antes de su muerte.
En el “Aparato” realiza
también una exposición y defensa del método científico basado en la observación
y la experimentación, y hace una revisión del conocimiento geológico de su
época.
Fue una obra que gozó de gran
difusión en Europa durante el siglo XVIII siendo traducida y referenciada en
varios idiomas (alemán, francés, inglés).
Wilhelm –Guillermo- Schulz nació el el 30 de
junio de 1800 en el establecimiento minero alemán de Habichtswalder, cerca de Hessen
Cassel, que dirigía su padre.
Estudió Ingeniería de Minas en la Universidad
de Gottinga. Una empresa minera angloespañola le contrató en 1826 para dirigir
unas prospecciones mineras en la cordillera Bética, en las Alpujarras
granadinas, tarea a la que dedicó cuatro años de intensos trabajos, tras lo
cual volvió a Alemania. No sería por mucho tiempo, ya que la eficacia
demostrada en las Alpujarras llamó la atención de Fausto de Elhuyar, entonces
Director General de Minas, lo que motivó su segundo viaje a España, al ser
llamado por éste, para hacerse cargo del puesto de Comisario de Minas.
Previamente tuvo que ampliar durante un año sus estudios en varios
establecimientos mineros centroeuropeos (Alemania, Bohemia, Austria, Prusia,
Baviera, Francia y Bélgica), subvencionado por el gobierno español, tras lo
cual regresó a España en 1831.
Su primer destino fue Galicia, donde realizó un
excelente trabajo, presentando en 1834 una de las primeras monografías sobre la
geología regional española.
Cuando en 1833 se creó el Cuerpo de Minas,
fue nombrado Inspector de Distrito de Segunda Clase, a cargo del
distrito minero de Galicia y Asturias.
En 1835 trabajó junto con Gómez-Pardo y
Ezquerra del Bayo en la organización de la Escuela de Minas de Madrid, creada el
13 de abril de ese año, y en la reforma de la Escuela práctica de Almadén.
En los años siguientes fue ascendiendo por
antigüedad hasta ser nombrado Inspector General Primero en 1853. Fue
nombrado Presidente de la Junta Superior Facultativa de Minería. Desde
esta institución fundó la Escuela de Capataces de Minas de Mieres,
elaborando sus reglamentos y programas docentes, para acabar siendo nombrado su
Director.
Entre 1854 y 1857, fue nombrado director de la Escuela
Especial de Ingenieros de Minas y desde 1857, presidente de la Comisión
del Mapa Geológico de España, una tarea de gran importancia que indica
hasta qué punto gozó de la confianza de las autoridades, pese a ser extranjero.
Ese año fue nombrado también vocal del Consejo de Instrucción Pública y
a lo largo de su vida formó parte de numerosas comisiones como la de la Ley de
Aguas. De gran prestigio internacional, fue miembro de la Sociedad Geológica
de Francia y de la Sociedad Geográfica de Berlín.
Sus obras más importantes son la Descripción
Geognósica del Reino de Galicia (1835), la descripción geológica más
antigua de una región española; el Mapa topográfico de la provincia de
Oviedo (1855) y la Descripción geológica de la provincia de Oviedo
(1858). La elaboración del mapa topográfico fue una tarea ardua a la que dedicó
varios años, logrando un mapa a gran escala de gran precisión. Cuentan que Iba
al campo sólo, recorriendo los abruptos relieves asturianos con la única ayuda
de una brújula. Su entrega a la geología asturiana culminó al confeccionar un
mapa geológico regional, una de sus mayores aportaciones a la descripción
geológica de esta región española.
Se jubiló en 1868, retirándose a Aranjuez
aquejado de diversas dolencias y entregado a sus estudios, donde murió el 1 de
agosto de 1877.
Naturalista,
paleontólogo y prehistoriador, constituye una de las figuras más relevantes de
la geología y paleontología de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente
por sus investigaciones sobre el período Cuaternario.
Nació en Valencia en 1821, ciudad donde
obtendría su licenciatura en Ciencias. Marchó a Madrid, donde comenzó a
trabajar como ayudante de zoología en el Museo de Ciencias Naturales, a las
órdenes del catedrático de Zoología del Museo, Mariano de la Paz Graells
(1809-1898).
En 1849, con el fin de crear una cátedra de
Geología en el Museo, que hasta 1907 no se independizaría de la Universidad de
Madrid, Graells propuso a Vilanova como candidato para la plaza. Para ello
debía formarse en el extranjero, donde cursaría estudios de esta materia.
Comenzó un periplo de tres años por diversos países (Francia, Suiza, Austria,
Italia...). Como otros muchos geólogos españoles de la época (los hermanos
Elhuyar, Ezquerra del Bayo, Amar de la Torre, entre otros) estudió también en
la Escuela de Minas de Freiberg (Alemania). En 1850 fue admitido como miembro
de la Sociedad Entomológica de Francia y de la Sociedad Geológica de
París. En este período consiguió reunir vastas colecciones entomológicas,
fósiles y mineralógicas que enriquecieron enormemente los fondos del Museo y
abrió la puerta a las colaboraciones del Museo con otras instituciones
europeas, lo que fomentó los intercambios de fondos, las donaciones y la
investigación científica en la institución.
A su vuelta a España en 1852 se haría cargo de
la primera cátedra de Geología y Paleontología, puesto que ocuparía hasta 1873,
ocupando desde entonces la nueva cátedra de Paleontología, al desdoblarse en
dos la que ocupaba anteriormente. Gran divulgador y docente, formó a buena
parte de las generaciones de geólogos y paleontólogos que escribirían en los
años venideros la incipiente historia de la Geología española.
Entre 1860 y 1861 publica su Manual de
Geología aplicada a la agricultura, obra en tres volúmenes que había sido
premiada en 1858 por la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Es
a partir de 1870 que Vilanova alcanza su plenitud como científico, siendo ésta
su etapa más productiva, desde el punto de vista bibliográfico, publicando la
mayor parte de sus trabajos más influyentes. Así, en 1872 realiza una revisión
de los conocimientos sobre Prehistoria y comenta los hallazgos del yacimiento
de San Isidro en su obra “Origen, Naturaleza y Antigüedad del Hombre”. Realizó
el primer hallazgo de un dinosaurio en España - restos de Iguanodón en Utrillas
(Teruel) y Morella (Castellón). También se convirtió en uno de las fervientes
defensores de la autenticidad de las pinturas de Altamira, en contra de la
corriente de opinión predominante en la época.
Intentó rebatir
las ideas evolucionistas de Darwin y Huxley, manteniendo un punto de vista creacionista, si bien no
considera los textos bíblicos como dogma científico. Así, en su Compendio de
Geología (1872), una obra profusamente ilustrada, en la que describe la
situación de los conocimientos geológicos y paleontológicos del momento,
escribe: "Conviene tener presente que Moisés no se propuso dar en el
génesis un tratado de Geología ni de ninguna otra ciencia, sino más bien hacer
comprender a los hebreos la grandeza y omnipotencia del Dios Creador, y evitar
de esta manera que cayesen en la idolatría; lo cual era más fácil de conseguir,
diciendo que á la sola palabra de Dios Fiat lux , apareció la luz, que si les
hubiera dado un tratado de Óptica".
Partidario de un
catastrofismo acfualista consideraba que a lo largo de la historia de la
Tierra se habían ido sucediendo cuatro grupos faunísticos independientes entre
sí, que no derivaban unos de otros, lo que coincidía, aproximadamente, con las
cuatro creaciones sucesivas postuladas por de
Charles Lyell
. Estas extinciones no
se habrían producido como respuesta a un fenómeno violento y repentino sino
como resultado de una acción geológica lenta y continua, similar en su
naturaleza a las que ejercen su acción en la actualidad sobre el planeta (visión
actualista) pero que actuó con mayor violencia en épocas pasadas (visión
catastrofista). Según Vilanova, las causas más probables de estas
extinciones serían las oscilaciones bruscas de la temperatura del planeta, la
formación de cordilleras, que pudo alterar el nivel y la composición del agua
de mares y lagos, modificando las condiciones físicas y químicas a que estaban
sometidos los seres vivos, y la existencia de un “germen de la muerte”, un
factor orgánico que predeterminaría que todas las especies tienen,
inevitablemente, que desaparecer..Sin embargo no creía en ningún principio de
“perfeccionamiento gradual” de las especies en el proceso evolutivo, que para
él sólo se cumplía en los grupos principales del reino animal.
Murió en 1893