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Fecha: 14/08/2004 | 13:25
Categoría: 2º Bachillerato > Filosofía
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José Ortega y Gasset: Raciovitalismo y perspectivismo

Breve resumen de algunas de las ideas centrales del pensamiento de Ortega, orientado especialmente al nivel de alumnos de 2º de bachillerato

Contextualización

Si algo destaca de la época en la que desarrolla su filosofía Ortega, es una característica peculiar: se trata, sin lugar a dudas, de una época de la historia en la que hay diversos movimientos filosóficos en ebullición. Entre las corrientes que se irán desarrollando a comienzos del siglo XX cabe citar las siguientes:

  1. Positivismo: aunque hay precedentes de esta teoría, Comte funda el positivismo (aplicándolo especialmente en la sociología) en la segunda mitad del XIX. Para los positivistas no existe más realidad que “lo positivo”, aquello que puedo constatar por medio de la observación.
  2. Fenomenología: su representante principal es Husserl, y se encuadra en el estudio de la conciencia del ser humano, recuperando temas del racionalismo y de teoría del conocimiento.
  3. Existencialismo: Heidegger y Sartre desarrollan, en dos líneas distintas, un análisis de la existencia concreta y particular de los individuos. Dentro de esta “analítica de la existencia”, surgirán también otras corrientes como el personalismo de Mounier.
  4. Filosofía analítica: el final del siglo XIX marca lo que en filosofía se ha llamado “giro lingüístico”, que convierte al lenguaje en un tema central de la filosofía. Uno de los objetivos fundamentales será crear un “lenguaje lógicamente perfecto” (Frege, Russell, primer Wittgenstein).
  5. Hermenéutica: investiga fundamentalmente los modos de interpretación y comprensión de textos y obras de arte, a la vez que se critica la visión positivista del mundo, y el prejuicio que identifica ciencia con “verdad” o que admite la metodología científica como la única verdadera. Asociado a la hermenéutica está también el historicismo, para el que las verdades cobran sentido en su contexto histórico, por lo que no se puede hablar de verdades absolutas, objetivas y universales.
  6. Marxismo: la teoría de Marx continuará siendo actualizada y reinterpretada. Autores como G. Luckács, los autores de la Escuela de Frankfurt y, más adelante L. Althusser, buscarán formas de reformar el marxismo y aplicarlo a su realidad.

En medio de esta “explosión” filosófica, llena de corrientes y planteamientos a menudo contrapuestos, no se puede encuadrar a Ortega en ninguna de ellas. Su filosofía es, en cierto modo, una reacción frente al vitalismo desorbitado de Nietzsche, pero también una crítica del idealismo cartesiano o hegeliano. La relación de Ortega con todas estas corrientes es polémica: nunca se preocupó por alinearse en una teoría concreta, ni por organizar su pensamiento de un modo sistemático. Por ello se le considera un pensador ecléctico, pero se ha cometido cierta injusticia, al no reconocer la tremenda originalidad de algunas de sus ideas, que eran incorporadas después, de un modo sistemático, a algunas de las teorías que hemos mencionado. Nunca se reconocerá lo suficiente la influencia que la filosofía de Ortega ha ejercido en su tiempo, especialmente sobre el existencialismo, la hermenéutica o la misma fenomenología. La filosofía de Ortega renuncia a la obligación de rendir pleitesía a una teoría homogénea, y va bordeando algunas de las corrientes mencionadas, mostrando una capacidad pasmosa para encontrar síntesis de teorías y conceptos aparentemente contrapuestos, ofreciendo metáforas y expresiones de una lucidez extraordinaria. Veamos ahora algunos de los temas más importantes de su filosofía.

La necesidad de la Filosofía

José Ortega y Gasset

La filosofía es para Ortega una actividad necesaria, ineludible. Recuerda en cierto modo a esa “tendencia inevitable” hacia la metafísica de la que hablaba Kant, después de negarla en la Crítica de la razón pura. La filosofía comienza allí donde termina la ciencia, y por eso no puede sustituirse por ésta. El objeto de la filosofía es muy distinto al del resto de ciencias: la filosofía se encarga del todo, del dato universal del universo, y, en esta medida, no tiene un objeto, particular, propio y definido. Por eso dice Ortega, en armonía con Aristóteles, que la filosofía es la “ciencia buscada”, la ciencia que debe justificar y preguntarse (incluso con extrañamiento) por su propio objeto.

El intelecto aspira al todo (como la razón kantiana buscaba siempre “síntesis mayores”), y, en consecuencia, la filosofía será “conocimiento del Universo, de todo cuanto hay”. Hay dos características definitorias de la filosofía: su radicalidad y su ultimidad. Radicalidad significa precisamente ir a la raíz de la realidad, partiendo siempre de una libertad absoluta, de una ausencia de prejuicios que posibilite un pensamiento propio. Y la ultimidad nos remite a que las preguntas de la filosofía pretenden dar una respuesta completa a la realidad interrogada, de modo que no sea necesario seguir planteando preguntas. Cabe preguntar más allá de la ciencia, pero no más allá de la filosofía, que aspira a ofrecer “una idea integral del universo”, afrontando “cuestiones fundamentales como ¿de dónde viene el mundo? ¿a dónde va? ¿cuál es el sentido esencial de la vida?”. La vida humana, por tanto, no puede prescindir de la filosofía. Preguntarse es ya comenzar a filosofar, y renunciar a plantearse cuestiones es renunciar a ser humano.

La superación del Idealismo y del realismo

En Qué es filosofía Ortega se plantea cuál es el tema de su tiempo. Es esta una pregunta en la que, como hiciera Kant en Respuesta a la pregunta ¿Qué es Ilustración?, Ortega trata de hacerse consciente del presente histórico y filosófico en el que está viviendo, e intenta resolver la tarea más importante de la filosofía en ese momento. Para él, esta tarea no es otra que la superación del Idealismo y del Positivismo (o realismo ingenuo). Ambas son teorías contrapuestas que se han venido repitiendo a lo largo de la historia de la filosofía.

El realismo ingenuo parte de la existencia de lo dado. Asume de un modo acrítico que lo que se le presenta a la vista es tal y como aparece, y piensa que el universo está ya ahí (es lo que la fenomenología llamará “actitud natural”). Se presupone que hay un mundo objetivo, en el que las cosas se manifiestan tal y como son (objetivismo) o, en el mejor de los casos, bastará con descubrir el velo de la apariencia (la verdad entendida como aletheia). En palabras de Ortega:

“El realismo antiguo que parte de la existencia indubitada de las cosas cósmicas es la ingenuidad filosófica, es la inocencia paradisíaca. Toda inocencia es paradisíaca. Porque el inocente, el que no duda, malicia ni sospecha se encuentra siempre como el hombre primitivo y el hombre antiguo, rodeado por la naturaleza, por un paisaje cósmico, por un jardín –y esto es paraíso.

Este realismo se va repitiendo a lo largo de la historia. Si en el pensamiento griego era una constante, reaparece una y otra vez en la historia del pensamiento, y una de sus formas es precisamente el positivismo. Para esta corriente, que Ortega conocía muy bien, tan sólo existe lo dado, lo inmediato, lo útil, lo medible: en definitiva, lo positivo. Así la realidad “objetiva” se convertiría en el objeto fundamental de la filosofía, con lo que se cometería un olvido imperdonable: dejaríamos al sujeto de lado, como si éste no interviniera en ningún sentido en el proceso de conocimiento, en la relación que se establece entre el sujeto y el objeto. Por eso, el realismo dejó paso al Idealismo.

Este Idealismo es la teoría que ha dominado toda la modernidad, y que es la responsable de alejar al ser humano de la realidad. El “pienso, luego existo” cartesiano convierte al mundo en un objeto pensado, y volver a contactar con las cosas no es tan fácil como a primera vista pudiera parecer:

“Al dejar en suspenso la realidad del mundo exterior y descubrir la realidad primordial de la conciencia, el idealismo levanta la filosofía a un nuevo nivel, del cual ya no puede descender, so pena de retroceder en el peor sentido de la palabra.”

El idealismo nos expulsa del mundo. “El yo, el sujeto, se traga el mundo exterior”, y ya no cabe aceptar ingenuamente la existencia de un mundo exterior en el que las cosas son tal y como se me presentan. Por eso es necesario liberar al yo de la prisión en la que él mismo se ha encerrado, desconfiando de la realidad, que es interpretada como un posible engaño, una ilusión:

“El idealismo me propone que suspenda mi creencia en la realidad exterior a mi mente que este teatro parece tener. En verdad, me dice, este teatro es sólo un pensamiento, una visión o imagen de este teatro.”

El Idealismo subjetiviza el mundo, lo convierte en un contenido más de mi conciencia, de mi pensamiento. Supera al positivismo y al realismo ingenuo, pero produce una situación artificial en la que el sujeto se encuentra encerrado dentro de sí, incapaz de aceptar datos que parecen evidentes por el sentido común:

“La tragedia del Idealismo radicaba en que habiendo transmutado alquímicamente el mundo en “subjeto”, en contenido de un sujeto, encerraba a éste dentro de sí y luego no había manera de explicar claramente cómo si este teatro es sólo una imagen mía y trozo de mí, parece tan completamente distinto de mí.”

El Idealismo nos enseña a desconfiar de las cosas, a preguntar, pero va demasiado lejos en este afán interrogador. El yo no puede ser el objeto fundamental de la filosofía, no puede ser ese todo radical que andábamos buscando. Ni sólo la realidad, ni el sujeto solo pueden ser el dato radical del que se encargue la filosofía. Ambas posibilidades quedan mancas ante nuestra experiencia cotidiana del conocimiento, en la que el individuo tiene mucho que decir (proyectando, por ejemplo, ideas, prejuicios, sentimientos, categorías…), pero la realidad impone también una serie de condiciones. Por ello Ortega busca un nuevo objeto que concilie y supere al realismo y al Idealismo: la vida como dato radical de toda filosofía.

La vida como realidad radical

En consecuencia, ni el mundo exterior (realismo) ni la conciencia (Idealismo) pueden ser el objeto buscado por la filosofía. Para Ortega, dicho objeto no puede ser otro que la vida. La vida se convierte en el “dato radical del universo”, sobre el que la filosofía debe reflexionar: “El dato radical e insofisticable no es mi existencia, no es yo existo sino que es mi coexistencia con el mundo”. En la vida confluyen el sujeto y el objeto, el mundo y la conciencia, de modo que Ortega se sitúa “in media res”, a mitad de camino entre el mundo y la conciencia, y huye de cualquier tipo de abstracción. “Vida es lo que somos y lo que hacemos; es pues, de todas las cosas la más próxima a cada cual.”

“[…] ella –nuestra vida- consiste en que la persona se ocupa de las cosas o con ellas, y evidentemente lo que nuestra vida sea depende tanto de lo que sea nuestra persona como de lo que sea nuestro mundo.”

Además, la vida tiene siempre una estructura problemática, y el hombre se convierte así en el fundamental de sus problemas. Para Ortega, “el hombre es el problema de la vida”, ya que el hombre se encuentra sin saber cómo ni por qué en medio de su propia vida. Esta problematicidad de la vida, nos obliga a vivir siempre acompañados de la conciencia de ese problema. Desde el “¿qué haré mañana?” hasta el “¿cuál es el sentido de la vida?”, el hombre no puede evitar esta conciencia de la problematicidad de la vida (y de aquí deriva, precisamente, la inevitabilidad de la filosofía). La vida es esencialmente individual: “lo vital es lo concreto, lo incomparable, lo único. La vida es lo individual.” Pero esto no impide que tenga también una dimensión comunitaria. El hombre es también un vivir con: “Coexistir es convivir, vivir una cosa de otra, apoyarse mutuamente, conllevarse, tolerarse, alimentarse, fecundizarse, potenciarse.” Hablar del hombre al margen de la sociedad es tan abstracto como hablar de la sociedad al margen del hombre. La vida nos empuja a compartir nuestro tiempo.

Ortega entiende la vida humana como un quehacer, como un proyecto. La vida es un acontecer lanzado hacia delante, siempre futurizo. Haciendo cosas, el hombre tiene que decidir lo que quiere hacer, lo que quiere ser. Conectando con ideas existencialistas (sobre todo de Heidegger), el hombre es algo abierto, algo siempre por hacer. El hombre tiene que inventarse a sí mismo, tiene que crear su propia vida, que no le viene dada de un modo último y definitivo, sino que le es entregada nueva, aún por estrenar. El hombre no es hecho, sino que es un quehacer.

En la realización de este proyecto, el hombre debe contar consigo mismo, pero también con su mundo. Por eso dice Ortega su famosa frase “Yo soy yo y mi circunstancia”. El mundo que me rodea me afecta a mí, a mis pensamientos y a mis decisiones tanto como mis propios deseos, intenciones o proyectos. Aquí interactúan una vez más el yo y la realidad, los conceptos fundamentales del realismo y del Idealismo que Ortega pretende superar.

La razón vital

En este quehacer filosófico en el que consistió la vida de Ortega, se hace necesario también ofrecer una visión del conocimiento humano. Si a la hora de interpretar la realidad los dos polos que se nos presentaban eran el Idealismo y el realismo, en el terreno del conocimiento habrá que enfrentarse también a otra oposición: el racionalismo (como Descartes) frente al vitalismo (Nietzsche). La razón se opone a la vida y parece difícil encontrar un término medio. Pues esta es precisamente la tarea que se propone el filósofo español, que critica ambas teorías:

  1. El racionalismo es demasiado abstracto, y por ello es incapaz de captar precisamente aquello que Ortega considera “dato radical del universo”: la vida. La razón construye conceptos, ideas permanentes y estáticas, muy alejadas del constante cambio al que está sometida la vida. La razón puede llevarnos por los caminos de la abstracción, que nos apartan de lo más esencial: la vida. Además, Ortega recuerda la dependencia de la razón respecto a la vida. En efecto, aquélla no es más que una más de las funciones o posibilidades que tiene el ser humano para proyectarse a sí mismo.
  2. Tampoco el vitalismo aporta una solución más valiosa, porque se olvida de la dimensión futuriza del hombre. Si todos somos un proyecto, un quehacer cotidiano, no podemos vivir a expensas de un caprichoso presente que dirija nuestros pasos. Ese es el tipo de vida del animal, que no toma decisiones que incluyan un horizonte temporal muy superior al que configura su presente. La libertad del hombre le obliga a anticiparse a su tiempo, algo que no puede soslayarse y que no es posible desde un enfoque puramente vitalista, que no puede ir más allá de lo que dicte el eterno fluir el presente.

Por eso propone Ortega una vía intermedia: ni la razón, ni la vida, sino la razón vital, pues la razón no puede concebirse al margen de la vida, ni la vida humana al margen de la razón. Renunciar a la vida o renunciar a la razón son dos modos de renunciar a ser hombre: “Para mí es razón, en el verdadero y riguroso sentido, toda acción intelectual que nos pone en contacto con la realidad.” Tan irracional es alejarse de la vida, como vivir esclavizado por sus dictados. El raciovitalismo se convierte así en la propuesta orteguiana. Si fuéramos animales, bastaría con el vitalismo, con ir respondiendo a los desafíos que nos plantea el presente. Pero la vida humana tiene esa dimensión de proyecto, que nos obliga a convertir la realidad (y a nosotros mismos), en un problema que tenemos que resolver. Si “la vida es futurición, es lo que aún no es”, tenemos que combinar en su justa medida vida y razón, y esto es exactamente lo que Ortega defiende.

Además, la razón vital va acompañada por una ineludible dimensión histórica, porque el hombre se encuentra ya en medio de la historia. La vida humana es esencialmente histórica: heredera de un pasado concreto y lanzada a un futuro por hacer. El hombre no puede salirse de la historia, y la razón, por tanto, debe ser un instrumento más dentro de la misma. Si la naturaleza puede entenderse como el fluir de la vida, la historia es el lugar específico del fluir de los asuntos humanos, de modo que la vida humana es siempre un “proceso”, algo abierto e inacabado: “La razón histórica no acepta nada como mero hecho, sino que fluidifica todo hecho en el fieri de que proviene: ve cómo se hace el hecho.” El hombre es una realidad que se hace a sí misma, y que está siempre haciéndose. Cada decisión, cada acción no sólo resuelve el problema de nuestro presente, sino que también nos va definiendo, va configurando nuestra forma de ser.

El perspectivismo

Una de las consecuencias de esta razón vital es el perspectivismo, con el que Ortega aspira a sintetizar el escepticismo y el racionalismo. Para los escépticos, no existe ninguna verdad absoluta o eterna, no hay verdades universales, sino que toda verdad será relativa siempre a un contexto (histórico, social, cultural…), del que depende. Por el contrario, la tradición racionalista sí que admite la existencia de verdades absolutas, eternas y universales, a la manera, por poner un ejemplo, de las Ideas platónicas:

“El relativismo parte de que no hay más punto de vista que el individual y por ello niega que exista la verdad. El racionalismo afirma la existencia de ésta y en función de ello existe un punto de vista sobreindividual.”

Una vez más, Ortega pretende ir más allá de ambas teorías, y encontrar un punto intermedio, que no es otro que el perspectivismo. Según éste, el sujeto no puede salir de su punto de vista particular, de su perspectiva. Pero no debe considerarse por ello, que se da la razón a los escépticos: Ortega defiende que el punto de vista individual puede también ser objetivo y verdadero: “El punto de vista individual me parece el único punto de vista desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad.” El racionalismo espera demasiado del sujeto cognoscente, que no puede abandonar su punto de vista, su circunstancia, su perspectiva. Pero el escepticismo se olvida de que este punto de vista puede también constituirse como verdad:

“Ningún ser humano con su circunstancia coinciden, luego el yo es diferente y cada uno captará la parte de verdad correspondiente. Lo que uno ve, no puede verlo otro. Cada individuo, cada persona, pueblo o época es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. Lejos de oponerse los distintos puntos de vista se complementan. Las visiones distintas no se excluyen, han de integrarse; ninguna agota la realidad y cada una de ellas es insustituible.”

La verdad de la realidad es el punto de vista, la particularidad. Así crítica también la visión racionalista de una verdad absoluta, única, universal y necesaria. En la medida en que cada individuo ocupa un lugar en el mundo, una perspectiva o un punto de vista, no es posible lograr este tipo de verdades: “No existe, por lo tanto, esa supuesta realidad inmutable y única… hay tantas realidades como puntos de vista. El punto de vista crea el panorama.” Nadie puede convertir su propio punto de vista en algo absoluto que los demás deban aceptar: “Una cosa no es lo que vemos con los ojos: cada par de ojos ve una cosa distinta y a veces en un mismo hombre ambas pupilas se contradicen.”

Frente al escepticismo se afirma la verdad de la perspectiva. Frente al racionalismo se afirma la perspectiva de toda verdad. Ni verdad absoluta, ni verdad relativa: la verdad es perspectiva:

“Cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra; lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve otra. Somos insustituibles. Somos necesarios.”

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